Lavalle, a quién la historia oficial pinta como un honorable militar que se sintió arrepentido por el “error” de fusilar a Dorrego, no detuvo su sangrienta campaña ni aún después de ser derrotado y que se la haya ofrecido la Paz después de la convención Arana-Mackau. “La guerra civil pudo y debió haber terminado allí” –dice Quesada. Pero la conducta de Lavalle, a quien Echeverría llamó “la espada sin cabeza”, tiene una continuidad histórica.
Si bien el General San Martín, reconocía en Lavalle una gran valentía, durante su frustrado regreso, al enterarse del fusilamiento de Dorrego en al año 1828, deja sobre Lavalle un juicio lapidario: “Sería un loco si me mezclase con estos calaveras. Entre ellos hay alguno, y Lavalle es uno de ellos, a quien no he fusilado de lástima cuanto estaban a mis órdenes en Chile y en Perú…son muchachos sin juicio, hombres desalmados…” (García Mellid, Atilio. “Proceso al liberalismo argentino”. Edit. Theoría. 1988) por Ezcurra Medrano
Historias del Federalismo Rioplatense.
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