Artigas no fue, desde luego, la única figura ninguneada, denostada o acallada por la “historia oficial”. Esta nota rescata otros significativos ejemplos: Martiniano Chilavert –el unitario que se unió a Rosas para no traicionar a la patria– y Felipe Varela, el caudillo que en nombre de la “unión americana” se alzó contra la Guerra del Paraguay. La historia de nuestro país es un laberinto, y en él ha sido ocultada la memoria de hombres y hechos que sin duda vale la pena recuperar. Hombres y hechos que son imprescindibles para lograr una comprensión completa de nuestro pasado, y por ende de nuestro presente. Hombres y mujeres protagonistas de la historia que se definen por sus actitudes frente a la construcción colectiva de la patria. Hechos que están directamente ligados a esa construcción. Algunos fueron silenciados, otros negados y otros más tergiversados. Aquí proponemos un acercamiento a dos de esos hombres y los hechos que protagonizaron: Martiniano Chilavert y Felipe Varela. El primero, un hombre que fue capaz de replantearse sus posiciones políticas y cambiar de bando para defender a la patria de las armas extranjeras y antidemocráticas. El segundo, un caudillo revolucionario del noroeste argentino que no dudó un segundo en levantarse en armas contra una guerra y un gobierno infame, que asoló la experiencia política más rica, exitosa e independiente de la América del siglo XIX. TRAIDOR AL PARTIDO, LEAL A LA PATRIA En 1845, a Martiniano Chilavert le retumbaron en los oídos los cañones que defendían el recodo del río Paraná llamado Vuelta de Obligado. Allí, la Argentina se enfrentaba a una agresión conjunta de las mayores potencias del mundo. Chilavert era para ese entonces un unitario exiliado en el Brasil, pero era también un patriota que poco a poco había ido desencantándose de su partido, que aplaudió sin ruborizarse la invasión anglofrancesa. Decidió entonces escribirle una carta a Manuel Oribe, su antiguo rival, en la que ofrecía "al gobierno de mi país mis débiles servicios". Martiniano Chilavert había caído en la cuenta de que sus correligionarios unitarios habían apoyado la provocación anglo-francesa solo por oponerse a Rosas y con eso desnudaban cuál era su concepción de la patria. Para ellos la patria era la facción. Para Chilavert la patria era, como se verá, mucho más que eso. Para principios de 1847 se traslada a Buenos Aires y se entrevista con Rosas, quien le encomienda el mando de un cuerpo de artillería. En 1851 ya detentaba el mando de toda la artillería e integraba el Estado Mayor del ejército federal. El 3 de febrero de 1852, Martiniano Chilavert participó de la Batalla de Caseros comandando la artillería y aguantando con ella el empuje de los 12.000 brasileños que habían formado frente a su regimiento en el campo de batalla. Dicen que disparó hasta el último proyectil y que, cuando se quedó sin munición, mandó juntar del campo la del enemigo para seguir disparando. Incluso ordenó cargar con piedras sus cañones y morteros. Terminado el día y con la victoria en manos de Urquiza, fue hecho prisionero, conducido ante el jefe entrerriano y posteriormente fusilado el 4 de febrero. Ahora, vaya una anécdota para ilustrar el punto crucial alrededor de Chilavert. Cuando Urquiza se entrevista con Martiniano, el jefe del Ejército Grande reconviene al artillero por su pase al bando rosista y lo tilda de traidor, a lo que –según cuenta la leyenda– Chilavert contesta: “Mil veces lo volvería a hacer”. Esto, dicen, encendió la ira del jefe entrerriano. Lo despidió con un "Vaya nomás..." y ordenó –por lo bajo, para que no llegue a oídos de Chilavert– que lo fusilen por la espalda, como se hacía con aquellos que eran acusados de traición. Parado ya frente al pelotón de fusilamiento, Chilavert los increpa para que tiren. Pero un oficial le hace saber la orden de Urquiza y Martiniano se transforma en un torbellino de empujones patadas y gritos: "Tirad, tirad carajo" –les dice–. "Al pecho cagones, que así muere un hombre como yo". Sonó un disparo en el entrevero, la sangre le brotó de la frente y lo empapó. Aún así Chilavert siguió increpando a sus fusiladores. Los soldados lo golpearon entonces con palos y culatazos, le hundieron las bayonetas. No obstante, Martiniano continuó de pie, luchando, sin rendirse hasta que cayó de rodillas, muerto sirviendo a la patria que tanto había amado. En su relato “Tema del traidor y del héroe. Martiniano Chilavert”, incluido en el libro Valientes: crónicas de coraje y patriotismo en la Argentina del siglo XIX, Hernán Brienza se pdo un hombre comienza a convertirse en traidor? ¿Cuándo un traidor comienza a convertirse en héroe? Pues cuando "traiciona" a su partido para ser leal a su patria. Y entonces esa facción, que se ha adueñado de la historia cual patrones de estancia, lo silencia, lo deja sin voz frente a la historia, pretende borrarlo de los anales y con él su ejemplo de amor a la patria por sobre los intereses partidarios”. Porque quienes lo ocultaron, ocultaron también que para ellos la patria son los negocios, la sumisión a potencias extranjeras. Ocultaron además, y por sobre todas las cosas, que la última batalla en la que peleó nuestro héroe –la de Caseros– fue una invasión extranjera en toda regla, acordada con el imperio del Brasil, para derrocar a un gobierno que aborrecían porque, con todas sus fallas, errores y falencias, era un gobierno de corte nacional, proteccionista, que no entregaba la soberanía a los negociados con el extranjero. La Batalla de Caseros no fue la conclusión de una guerra civil, fue la conclusión de un golpe de estado con fuerzas de invasión extranjera. Chilavert, en cambio, demostró que la patria es una unidad de destino entre los hombres y mujeres que la habitan, la viven y la mueren en colectivo, como una forma de amor al prójimo. La patria para Martiniano, era el otro. VARELA Y LA GUERRA DEL PARAGUAY La Guerra de Secesión de los Estados Unidos se desarrolló entre 1861 y 1865. El norte venció al sur esclavista, que quedó arrasado, sin posibilidades de recuperación. Usted se preguntará: ¿qué tiene eso que ver con Felipe Varela y la Guerra del Paraguay? Y hace bien. El caso es que ese sur esclavista derrotado se dedicaba a la producción algodonera y el mayor comprador de esa producción era nada menos que el Imperio Británico, viejo conocido de los estados del sur de América. Pues bien, para ese momento de la historia universal, Inglaterra basaba su desarrollo y su predominio comercial en una potente industria textil. Con ella invadía y colonizaba los mercados mundiales, provocando la desaparición de las industrias locales y colocando a los pueblos que subsistían gracias a ellas en una situación de miseria. El fin del conflicto armado en el "gran país del norte" cortó de cuajo el suministro de la preciada materia prima de la industria textil inglesa. Había que reemplazar rápidamente el flujo del algodón estadounidense. ¿Y dónde había algodón? Pues en Paraguay. El algodón fue a Paraguay lo que el oro y la plata a las civilizaciones originarias americanas con la llegada de los invasores europeos: su condena a la masacre, la miseria y el colonialismo. La Guerra de la Triple Alianza o del Paraguay careció de toda aprobación popular. Sobre todo en las provincias, sometidas desde hacía varios años a la "pacificación" encarada por Mitre luego de su ascenso a la primera magistratura como consecuencia de la batalla de Pavón. Mucha de la tropa levada por la fuerza viajó engrillada al frente de batalla. Varios oficiales del ejército se sublevaron, negándose a combatir contra el país hermano. Y no resultaron pocos los que se pasaron al bando paraguayo. Para muestra sobra un botón. Cuando Ricardo López Jordán, lugarteniente de Urquiza, es convocado por éste para incorporarse a la guerra, le contesta a su jefe: "Usted nos llama para combatir al Paraguay. Nunca, general, ese pueblo es nuestro amigo. Llámenos para pelear a porteños y brasileños. Estamos prontos. Éstos son nuestros enemigos". El pueblo, federal en su gran mayoría, se negó sistemáticamente a participar en una guerra que consideraba fratricida. El descontento con el gobierno nacional creció en las provincias al mismo ritmo que la economía nacional quedaba supeditada a intereses extranjeros, con la consecuente miseria y desesperación de los sectores populares. En diciembre de 1866, el catamarqueño Felipe Varela –al mando de unos doscientos hombres y con apenas dos cañones– cruzó la Cordillera de los Andes desde Chile para dar inicio a la última montonera federal del noroeste argentino. Recaló en el pueblo de Jáchal, provincia de San Juan, y desde allí organizó el movimiento que tenía a la "Unión Americana" como aspiración fundamental. En poco tiempo la revolución se extiendió por todo Cuyo: Mendoza, San Juan y San Luis quedaron en manos de la montonera. El enemigo declarado era el gobierno nacional de Bartolomé Mitre, al que Varela acusa en su célebre proclama. "La más bella y perfecta Carta Constitucional democrática, republicana, federal, que los valientes entrerrianos dieron a costa de su sangre preciosa, venciendo en Caseros al centralismo odioso de los espurios hijos de la culta Buenos Aires, ha sido violada y mutilada desde el año sesenta y uno hasta hoy, por Mitre y su círculo de esbirros", afirma este caudillo de la Patria Grande. Y no se queda ahí: "Compatriotas: desde que aquel (Mitre) usurpó el gobierno de la Nación, el monopolio de los tesoros públicos y la absorción de las rentas provinciales vinieron a ser el patrimonio de los porteños, condenando al provinciano a cederles hasta el pan que reservara para sus hijos". Hacía ya casi dos años que el Paraguay soportaba la guerra que le hacían sus vecinos instigados por la diplomacia inglesa hambrienta de algodón, como ya se ha dicho. Pero, ¿por qué Varela y los federales argentinos se oponen a la guerra contra el Paraguay? "Los intereses económicos del Paraguay coincidían con los de nuestras provincias interiores –explica Norberto Galasso–. Cuando la política librecambista de la burguesía comercial porteña quebró las economías provinciales, Paraguay se aisló, e intentó un modelo de desarrollo autocentrado". Para 1860, gobernado por el mariscal Francisco Solano López, se había convertido en el país más desarrollado de América del Sur a fuerza de soberanía política e independencia económica. Y, como tal, era un “mal ejemplo” para sus vecinos, cuyas economías dependían por completo del Imperio Británico. El movimiento que comandaba Felipe Varela siguió su curso con avances y retrocesos hasta la fatídica batalla de Pozo de Vargas, en territorio riojano. Luego de la derrota que las tropas de Varela sufrieron a manos del ejército de línea comandado por el general Taboada, en abril de 1867, el destino de la revolución quedó sellado y el caudillo comenzó un largo periplo hacia el norte del país, combatiendo y desapareciendo para volver a aparecer y nuevamente perderse en la cordillera. Así fue hasta que logró exiliarse en Bolivia. Después pasó a Chile, donde murió. También murió Francisco Solano López en la profundidad de la selva de Cerro Corá y con él murieron los sueños de una nación que había osado construir un proyecto autónomo e independiente de los poderes mundiales. Felipe Varela, Martiniano Chilavert y Francisco Solano López, junto a tantos otros patriotas de su tiempo, representan uno de los momentos cumbres de la conciencia nacional, democrática, popular y americana. Son la expresión política de pueblos que resistían los embates de un mundo que ya ponía el lucro y la propiedad como valor fundamental, incluso por sobre la vida de hombres, mujeres y niños que eran expulsados sin cesar a los márgenes del sistema. Por eso su memoria fue condenada a existir entre las sombras de la historia tradicional, no fuera a ser que inspirara en las generaciones futuras la voluntad de rebelarse contra el orden establecido. Como decía Rodolfo Walsh: “Nuestras clases dominantes han procurado siempre que los trabajadores no tengan historia, no tengan doctrina, no tengan héroes y mártires. Cada lucha debe empezar de nuevo, separada de las luchas anteriores: la experiencia colectiva se pierde, las lecciones se olvidan. La historia parece así como propiedad privada cuyos dueños son los dueños de todas las otras cosas”
Por JUAN VILA
Historias de Federalismo Rioplatense.
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