La imaginería popular al igual que las religiones organizadas y administradas convenientemente, han creado para sus Dioses una serie de símbolos y también ha ideado ritos que adquieren características litúrgicas.
Quiero aquí rescatar la importancia del conocimiento de los mitos llamados paganos, porque en ellos está implícita la idiosincrasia y la estructura cultural de quien los asume como verdaderos. Es conveniente remarcar esto porque muchos sectores “cultos” restan importancia al conocimiento de las manifestaciones culturales espontáneas de amplios segmentos sociales argentinos. Lo popular, no necesariamente es inculto.
En la cosmogonía americana siempre el mal estuvo representado en algún símbolo muy temido. Un ejemplo claro es el Walichú ó Gualicho a quien no se esquiva, por el contrario, se le rinden tributos para aplacar su espíritu levantisco. La representación del mal tiene distintos nombres según la región donde se la conozca. Para los Tehuelches Háleksem había nacido en las Sierras de Tandil y desde allí el espíritu maligno extendió su mal a toda la Patagonia, para traerles todo tipo de sufrimientos. Especialmente roba niños y asusta a las mujeres razón por la cual viejos tehuelches dicen que Gualicho en realidad era una diableza. Establecido al sur del Río Colorado recibió distintos nombres: Huecué para los Mapuches, Halpén para los Onas, Háleksem para los Tehuelches, Ieblon para los patagones.
Algunos sitios sagrados también recibieron esta categorización, es decir creen que son las moradas de Gualicho. Tal vez por eso le ofrendan piedras de colores o rasgones de sus vestimentas al árbol maldito (un viejo caldén) solitario y seco que está a la vera de una de sus transitadas sendas. Igual tratamiento reciben la Piedra del Collón Curá, La Piedra Saltona de Cajón Chico, las estribaciones del Cerro Yanquenao, la Cueva de las Manos, el Cañadón de las Pinturas. Creen los sureños que en esos lugares acecha Gualicho mimetizado en sendas, travesías, piedras, vientos interminables o árboles secos. Fuera de las ofrendas comunes a los santuarios “paganos” de la Patagonia, para no despertar la ira del genio del mal, no se canta durante la noche, no se usa sombrero dentro del rancho, se evita el humo del molle. Llevan consigo como protección amuletos fabricados por las Machis (hechiceras), cintas rojas, cabezas de ajo, ramas de ruda macho, lociones fabricadas con hierbas especiales o le encienden velas(esto último luego de la irrupción del cristianismo). Gualicho es invisible y no se le asigna una forma definitiva. Se le atribuyen todos los males y desgracias. Cuando se sentían amenazados por una enfermedad o un peligro cualquiera, los hombres buscaban sus armas y montaban a caballo para partir en busca del Gualicho. Prorrumpían entonces en gritos desaforados y arremetían contra esta deidad incorpórea, echando al aire furiosos tajos, estocadas y golpes con la esperanza de acertarle. El propósito era alejarlo de las tolderías, por lo que sólo dejaban la ceremonia cuando creían haberlo conseguido. Este ser gusta de introducirse en las mujeres viejas, las que engualichadas padecen todos los males imaginables, razón por la que antiguamente se les daba muerte. Además de dolor de cabeza y vientre, produce ceguera y parálisis en las piernas. Antiguamente para quedar bien con él, sacrificábanle periódicamente yeguas, caballos, vacas, ovejas o cabras.
Es común que en estos tiempos modernos (hablamos del año 2004) que se confunda gualicho con amuleto. Está muy arraigada en el norte argentino, la creencia de que los amuletos que preparan especialmente los imagineros guaraníes se llaman payé o Gualicho. Nada tienen que ver ambos. El payé es una preparación realizada para conseguir determinados resultados de manera sobrenatural, con ayuda del más allá. Por ejemplo el amor de una mujer, suerte en el juego, protección contra la yeta, los enemigos o los malos espíritus. Cuando se dice que alguien está engualichado, no significa que actúa bajo la influencia del amuleto, sino que en su interior está metido el genio del mal patagónico Gualicho. La poca información sobre las cuestiones folclóricas facilita la confusión. Todavía se cree en todo el país que es folclorista quien canta, toca la guitarra u otro instrumento, o baila danzas tradicionales.
Esta confusión es fácil de detectar. Por ejemplo, nuestros paisanos habitantes al sur, al norte y oeste de Presidencia Roque Sáenz Peña hablan de hombres engualichados cuando el amor por una mujer es insobornable. Las mujeres que todo perdonan a su hombre están engualichadas. El estado de éxtasis no les permite ver la realidad, (cuando son engañados) y es cuando se sospecha del embrujo. También se hace gualicho para producir “daño” al enemigo, o simplemente para despertar la admiración del sexo opuesto. Estos amuletos tienen distintas formas y funciones. Se lo lleva oculto entre las ropas, colgados a manera de medalla, colocados debajo de la piel, como anillo, se toman determinados brebajes o se espolvorea el interior de los calzados con polvos mágicos antes de iniciar un viaje o tarea. Siempre debe estar el oficio de hechiceros que conocen los secretos transmitidos a ellos por los más viejos los viernes en luna llena o vísperas de San Juan, preferentemente a las doce de la noche. Los únicos que conocen la forma de comunicarse con las fuerzas del bien y del mal son ellos, por lo tanto sin su concurso no hay payé o gualicho posible. Algunos simplemente son portados, otros en cambio necesitan de oraciones para activar sus poderes y éstas la mayoría de las veces son tomadas de la liturgia católica.
Gualicho deriva de Hualichú, palabra araucana, que significa “alrededor de la gente”. Es una deidad maléfica parecida al diablo cristiano, razón por la cual fue fácil para los misioneros, asociarlo con el demonio.
Pucho Encinas.
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