El ojeo es una de las supersticiones más arraigadas en las zonas rurales, sectores periféricos de las grandes urbes y pequeños poblados de nuestro país. La mirada fuerte y dañina es una creencia que tiene sus antecedentes europeos, según testimonio de W. Born en su obra Fetiche, Amuleto y Talismán, donde da incluso una serie de recetas para conjurar el poder de aquellas personas que tiene el poder del Basilisco en la mirada. Los estudiosos del Siglo XVI arribaron a la conclusión de que el vicio fascinador de los brujos se debía a la colaboración del diablo, que las brujas tenían doble pupila en la misma órbita (única manera de tener tanto poder en la mirada) por lo tanto debía evitarse mirarlas fijamente. Tanta divagación intelectual tenía un trasfondo religioso, que llegó a nuestras costas con el desembarco de Cristóbal Colón en 1492. Siguiendo con los antecedentes europeos de esta superstición, afirmaban los eruditos del tema que la peligrosidad de los brujos variaba según fuera el país al que pertenecían. De los brujos italianos se decía eran terribles, que causaban la muerte de personas, plantas y animales aún sin desearlo, bastaba que se los cruzaran en el camino (es decir si se enemistaban con ellos). No menos temibles eran los españoles. El fluido que emitían sus ojos era de tal poder, que con mirar fijamente las ventanas de una casa los cristales se hacían añicos. Los irlandeses hablaban de los eye-biters, literalmente: mordedores de ojos. Brujos poderosísimos que diezmaban el número de hijos y de cabezas de ganado que poseían las familias campesinas. Un brujo ojeador podía producir infinitas calamidades en un pueblo. Las vacas quedaban sin leche, se prendían fuego los pajares sin causa aparente, las casas enloquecían con ruidos y movimientos que terminaban por enloquecer a sus moradores. Y si a alguno se le ocurría mojar su escoba en el agua, en luna llena, cerca de un poblado, sobrevenía entonces un verdadero diluvio. Nótese, como esta creencia está relacionada con el rechazo social que provocaban algunas personas excéntricas entre sus comunidades.
Durante la Edad Media numerosas piedras eran tenidas por eficaces contra el mal de ojo. Entre ellas la más buscada era el coral. En el siglo XVIII, el rey de Nápoles, Fernando I, llevaba entre sus ropas, a modo de amuleto un pedacito de coral. Cuando estaba frente a alguien que le hiciera sospechar que fuera jettatore, sacaba el coral y se lo ponía en la cara, anulando así la fuerza de esa mirada. También por esa época eran apreciados anti mal de ojos algunos insectos, fundamentalmente los escarabajos. A tal punto que en Francia, hacia el fin del reinado de Napoleón, era sumamente raro encontrar en las fiestas del pueblo a algún ciudadano que no llevara prendido del chaleco o de la camisa a alguno de estos coleópteros a manera de talismán. Tal vez el amuleto más conocido para alejar la yeta o el mal de ojo sea la mano cornuda, los populares cuernitos, en realidad una mano talismánica. Esta manera de defenderse puede llevarse encima, como un colgante, en general de coral, o realizar el gesto a la manera italiana (el dedo índice y el anular extendidos y el resto contenidos por el pulgar) en el momento en que se haga necesario. También el cuerno (uno solo) es llevado como colgante para preservar de ojeaduras a los niños o las embarazadas. En Calabria se pintaban cuernos retorcidos en la fachada de las casas o de los establecimientos comerciales. La evolución de las creencias populares, hizo que en la actualidad, en el mundo latino, se asocien los cuernos con la infidelidad de la pareja. En Toscana, el coral es la fórmula mágica para alejar el mal de ojo. Se ata una pequeña bola de ese material al cuello de los niños recién nacidos, y a veces las madres llegan a beber agua con coral molido o hervido, antes de dar de mamar a sus pequeños.
Para saber si alguien ha sido presa del Mal de Ojo, se procede de la siguiente manera: se sienta al supuesto “ojeado” frente a un plato con agua y se dejan caer unas gotas de aceite en el agua. Si el aceite se disgrega en una cantidad de pequeñas gotas (se corta) el veredicto es clarísimo: esa persona está ojeada. Para curarlo, de inmediato debe hacerse un brebaje con 3 dientes de ajo pelados, la miga de un pan y 2 litros de vino. Todo esto se cocina hasta que hierva y espese al punto de poder usarlo como un emplasto. La mezcla se coloca entonces sobre el pecho del enfermo y éste recuperará el vigor. Se supone que uno de los efectos de Mal de Ojo consiste en “enfriar” la sangre del ojeado, quitándole la energía, produciéndole sueño y abulia, además de la consabida mala suerte.
Según la creencia un defecto en la vista, por ejemplo ser bizco o estrábico, es un signo claro de ser portador de esta mirada nefasta. Pero también puede hacerse mal de ojo cuando la mirada expresa amor o admiración elocuentemente, por eso tal vez las madres campesinas cuidan de no exponerlos a miradas curiosas a sus hijos cuando son hermosos. Por supuesto que la realidad desmiente toda lógica de estas creencias. Se imaginan que los actores, actrices, vedettes, cantantes, o personas expuestas a la admiración masiva encontrarían en algún momento algún portador de la mirada fascinadora y les causaría un daño enorme porque éste actuaría en el anonimato.
Es común en las zonas rurales de Argentina, y en pequeñas poblaciones, que las madres lleven a sus hijos a consulta al “médico” (curandero) cuando sospechan que están ojeados. Dicen que los “doctores” (médicos diplomados) no pueden curar este mal y que muchas veces ellos mismos le aconsejan que los lleven ante un médico curandero. Escuché decir que si sus hijos son ojeados no se les cierra la “mollera”, que lloran ininterrumpidamente debido a los fuertes dolores de cabeza que provoca el ojeo.
El conocimiento de estas manifestaciones folclóricas permitirá sin dudas conocer los intrincados vericuetos del pensamiento popular, influenciados la más de las veces cuando crea sus fabulaciones, por con conocimientos previos de tipo religioso.
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