En un paraje denominado Pichi Carhue, cercano al lugar donde estaba emplazado el Fortín San Carlos, en el actual partido de Bolívar, se inició el ocaso de quién durante casi 40 años fuera el jefe indiscutido del poderoso Cacicazgo General de las Salinas Grandes. Desde ese lugar Juan Calfucurá, dirigió la confederación indígena, que logró alcanzar el mayor nivel de gravitación política y militar en nuestra frontera interior, en el marco de un enfrentamiento entre indios y blancos, que se prolongó durante más de 300 años. Precisamente en la batalla de San Carlos de Bolívar, un grupo de soldados de línea y guardias nacionales, apoyados por casi 1000 indios amigos, terminaron con el mito de la invencibilidad que fue la clave del poder que tuvo este tan importante como oscuro personaje de nuestra historia. Si como lo apodó la prensa porteña, Calfucurá fue el ¨Napoleón del desierto¨, la batalla de San Carlos fue su Waterloo. Durante casi cuatro décadas, se relacionó con los gobiernos de turno como si condujera un Estado autónomo, desarrollando una política que tuvo períodos de paz tarifada, y de guerra abierta, aprovechando las debilidades de sus interlocutores políticos o militares, para actuar a veces como aliado y otras como enemigo. Pero siempre negociando, o imponiendo condiciones bajo la constante amenaza de sus sangrientas incursiones en el territorio del huinca El 5 de marzo de 1872, tres días antes de la batalla, las fuerzas encargadas de custodiar la frontera, advirtieron que desplegados en un frente de unos 50 kilómetros, de ancho y organizados en partidas de 200 o 300 lanceros, miles de hijos del desierto, conducidos personalmente por Calfucurá, habían traspasado la línea imaginaria definida por las comandancias y fortines, arrasando estancias, y poblaciones, incendiando, matando, arreando ganado y tomando cautivos, en los campos que de los actuales partidos de Junin, Bragado, 25 de mayo, Gral.Alvear, es decir a unos 200 km de Buenos Aires. Este inmenso malón era muy distinto a las correrías e invasiones que protagonizaban con cierta habitualidad los salineros... Esta vez la motivación principal no era solo la obtención de un cuantioso botín. El malón, había sido organizado con mucha anticipación, y contaba con el respaldo explícito de tribus y grupos indígenas procedentes de distintos puntos del desierto. Ese respaldo había sido logrado por Calfucurá en interminables parlamentos y asambleas, e incluía a grupos y tribus que en muchos casos habían sido hasta entonces rivales y hasta enemigos, como los ranqueles o el cacique Pincén... Esta gran incursión era la respuesta militar, que daban los hijos del desierto a la política de expansión de la frontera interior llevada a cabo por Sarmiento, que, aunque aún tímida e incipiente, comenzaba a amenazar puntos estratégicos para la indiada, que afectaban su propia supervivencia.. .. La política iniciada por Sarmiento intentaba dificultar el acceso a los fértiles campos de Carhue, Guaminí, y Olavarría, amenazaba los refugios de Calfucurá en los toldos de Salinas Grandes, y de los ranqueles en Leuvuco y Nahuel Mapu, así como las vías de escape y de comunicación y comercio ilegal de ganado robado, que unían el desierto con los Andes a través del legendario ¨camino de los chilenos¨. Luego de convencer a los ranqueles, e incluso al propio Pincen, a los caciques del otro lado de la cordillera como Reuque y Purran, de participar en este gran malón, el mismo Calfucurá diseñó el plan de ataque. En dicho plan, una masa de 6000 indios (unos 3500 de pelea y el resto de chusma cumpliendo funciones auxiliares) atravesarían la frontera por el sector oeste de los fortines, desplegados en partidas, no mayores de 200 o 300 indios, repartidos en forma tal que formaban un ariete de 10 leguas de frente por 20 de fondo. Una vez en el territorio huinca, convergirían sobre la laguna La Verde, arrasando con los actuales partidos de Bolívar, 25 de Mayo, 9 de Julio, Carlos Casares y General Alvear Una vez detectados los movimientos de entrada de los invasores, el Coronel Juan Carlos Boerr que se encontraba en 9 de julio, dio aviso a los otros comandantes, el del sector norte, coronel Francisco Borges y el del sur, general Ignacio Rivas, solicitando el apoyo de sus fuerzas.
En la misma mañana del 5 de marzo, Boerr concentró a los guardias nacionales de 9 de Julio, dio órdenes a los indios auxiliares de Coliqueo que se unieran y al teniente coronel Nicolás Levalle, con asiento en el fuerte General Paz, que se dirigiera de inmediato al fortín San Carlos recogiendo en el camino las dotaciones de los fortines intermedios.
Una vez allí, se le unió y se hizo cargo de la jefatura de las fuerzas el General Rivas a quienes acompañaban unos pocos efectivos y 800 indios aliados del cacique Catriel. Los indios avanzaban en un frente compacto y se desplegaban en semicírculo, para dar batalla, mientras se producía el escape de 150 000 animales robados y alrededor de 500 cautivos a través de la rastrillada de los chilenos.
Para enfrentar a este dispositivo desplegado frente a sus fuerzas Rivas, las distribuyó en tres columnas. La derecha era responsabilidad de los 800 lanceros de Cipriano Catriel; el centro un batallón del 2º de línea, 170 hombres al mando del mayor Pablo Asies y el 9º de caballería, 50 soldados a las órdenes del teniente coronel Pedro Palavecino, más la columna al mando del teniente coronel Nicolás Ocampo. La izquierda estaba formada por el batallón del 5º de infantería, al mando del teniente coronel Nicolás Levalle, compuesto por 95 hombres, escuadrón del 5º de caballería de línea, 50 hombres mandados por los mayores Santos Plaza y Alejandro Etchichurry, 150 guardias nacionales de 9 de Julio conducidos por el capitán Núñez, 14 baqueanos al mando del capitán García y 140 indios amigos, del cacique Coliqueo.
Los efectivos totales dispuestos a entrar en batalla eran 1.575 hombres fatigados, mal montados sobre caballos agotados por las largas marchas.
El gran cacique se acercaba con las fuerzas repartidas en tres alas. La derecha, formada por indios neuquinos y araucanos, un millar de lanzas al mando de su hijo Namuncurá.
Al centro otros mil salineros sumados a la tribu de Pincén, conducidos por otro hijo, Catricurá, y a la izquierda otros mil indios chilenos al mando de su hermano Reuque, llegado en su auxilio de más allá de los Andes.
Como retaguardia y reserva, quinientas lanzas ranquelinas comandadas por el temible Epumer,
Los indios doblaban a las fuerzas nacionales. Tan pronto como avistó al enemigo, Calfucurá ordenó desplegarse en el clásico semicírculo, deteniendo la marcha.
Montado en un magnífico alazán con una estrella en la frente, recorrió al tranco la línea, arengando con vigor a sus hombres, despertando su entusiasmo, mostrándoles la victoria al alcance de la mano, exhortándolos a barrer con el blanco que les cerraba el paso al Desierto, asegurándoles que ni Coliqueo ni Catriel pelearían contra ellos.
Ya los indios estaban encima. Calfucurá ordenó desmontar al centro, las tropas también echaron pie a tierra, preparando las armas de fuego.
Los indios venían a la carrera y, estallando en infernal gritería se arrojaron al asalto amedrentar al enemigo y desbandar sus caballadas. Las carabinas abrieron fuego graneado, produciendo claros en las filas pero sin poder contener su fuerza.
Con feroz violencia se entabló un terrible combate cuerpo a cuerpo, y fundamentalmente a cuchillo, sable, lanza y boleadoras, donde ninguno de los dos bandos, retrocedía un solo paso,
Durante la primera hora de la batalla, se manifestaron algunas debilidades en las filas de la alianza entre soldados e indios amigos. En la derecha, los catrieleros avanzaban, sin convicción, ni espíritu combativo, siendo rechazados fácilmente, y en algunos casos empezaban a abandonar el campo de batalla, Se estaba cumpliendo el vaticinio de Calfucurá. Pero Catriel pidió al general Rivas de manera urgente, una línea de fusileros que se colocara a retaguardia con la orden de matar a quienes intentaran desertar.
Algunos indecisos cayeron bajo las balas del pelotón, y Catriel retomó el control de sus hombres arengándolos para que venzan o mueran enfrentando a los mapuches.
En el centro también la lucha empezó mal. El coronel Boerr mandó al ataque a Coliqueo, pero sus indios repitieron la actitud de los catrieleros, atacando a desgano, de modo que se estrellaron contra las lanzas de Manuel Namuncurá, volvieron grupas y se arracimaron desconcertados en el punto de partida.
En la derecha predominaba Catriel sobre Reuquecurá y en la izquierda Namuncurá sobre Juan Carlos Boerr, mientras el centro mantenía paridad, pero sin observarse la posibilidad de un rápido desenlace. Esta demora favorecía a los indios pues recordemos que al mismo tiempo que se desarrollaba el combate, los 150.000 animales robados, así como cientos de cautivos eran conducidos por el desierto hacia chile.
Entonces el general Rivas decidió quebrar el centro de Calfucurá y envolverle las alas. Para ello dirigió en persona una fulminante carga de caballería al frente de 300 lanceros de Catriel, que rompió las líneas de Calfucurá, y por la brecha abierta, las caballerías de Catriel y Boerr neutralizaron a las alas mapuches conducidas por Reuque y Namuncura..
En minutos los indios rodeados y desmoralizados, perdieron cohesión y disciplina, y se desbandaron. Y en el medio de una persecución, seguida de una horrible carnicería. Calfucurá, conoció la primera y única derrota en su larga vida.
Una lluvia torrencial bajó el telón sobre la triste escena, poniendo fin a la matanza y dando alivio a los perseguidos.
En el campo de batalla de San Carlos quedaron tendidos para siempre, junto a los mejores guerreros de Calfucurá, su prestigio y la leyenda de su invencibilidad. Agobiado y convencido que su derrota era también la de su raza, se internó en las Salinas Grandes, para morir el 4 de junio de 1873.
Archivo Historico de la República Argentina.
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