Pirayú y Mandió eran caciques de distintas tribus ribereñas : vivían a ambos lados del río Paraná. Sus pueblos intercambiaban productos de artesanías, compartían pacíficamente los predios para caza y pesca y celebraban sus festividades en común.
Cierta vez Mandió sugirió a Pirayú que unieran sus tribus por medio del matrimonio :»Dame tu hija, Pirayú, y nuestros pueblos se unirán para siempre», expresó. Pirayú, meneó gravemente la cabeza : «me temo que es imposible, Madió. Mi hija Caranda – i (palmera) no consiente en casarse con nadie, pues ha ofrecido su vida al dios Sol. Desde pequeña, suele quedarse horas contemplándolo, y parece que no puede vivir sin él, pues los días nublados la ponen triste y meditabunda. No puedo casarla contigo».
Los ojos de Mandió brillaron con ira : «¡Te equivocas, Pirayú, si piensas que olvidaré este desprecio !. Y el soberbio cacique se retiró intempestivamente de la tienda de Pirayú, dejando a éste sumido en hondas meditaciones. Sabía que su pueblo corría un grave peligro, pues Mandió jamás olvidaba un agravio.
Pasaron varias lunas sin que nada aconteciera. Por fin, una tarde en que Caranda se había alejado con su flexible igá (canoa) para contemplar libremente la caída del Sol sobre el río, vio resplandores de fuego sobre sobre su aldea. Llena de funestos presentimientos, remó rápidamente hacia la orilla y procuró desembarcar. Pero unos brazos de acero la apresaron y trabaron sus movimientos, mientras la voz de Mondió resonaba en sus oídos : «¡Pídele a tu dios que te libere de mi venganza, desdeñosa princesa, pues ni tú ni tu tribu serán capaces de hacerlo !.»Y su risa cruel avivó la angustia de la doncella. Esta, mientras procuraba infructuosamente liberarse de su captor, rezaba en muda oración a su dios : «¡Oh, Guarahjí (Sol), no permitas que Mandió lleve a cabo su malvado intento !».
Y el dios de los Potentes Rayos, el Guarahjí de los guaraníes, lo oyó. Envió hacia la joven un remolino de potentes rayos que la envolvieron y la hicieron desaparecer ante los ojos atemorizados de Mandió. En su lugar, brotó una esbelta planta con una flor hermosa y grande, cuya dorada cabecita seguía el curso del Sol en el cielo, como antes lo solía seguir la piadosa hija de Pirayú.
Y así fue, según cuentan los guaraníes, cómo nació el Girasol.
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