La vizcacha es un roedor de pelaje amarillento, largo y tupido, su cola es larga y peluda y sus orejas grandes. Se alimenta de vegetales, le encanta tomar sol, pero si algún peligro la acucia emite agudos silbidos para alertar a sus compañeras.
Dicen que dicen...que las vizcachas eran vanidosas y amantes del lujo y el bienestar, nada parecía alcanzarle para embellecer sus figuras y despertar en las otras una fuerte envidia.
Siempre llamaban la atención de quienes las conocían y no ahorraban esfuerzos para que eso sucediera.
Ellas usaban lo propio y lo ajeno porque si algo se les ocurría y no lo poseían lo pedían o lo hurtaban, de esta forma estafaban y perjudicaban a toda la comunidad.
Todos sabían que eran peligrosas y trataban de evitarlas, nadie quería juntarse con ellas. Cuando se vieron acorraladas ensayaron otras tácticas, comenzaron a ejercitar otros daños.
Se dedicaron al chismorreo y la calumnia, en boca de ellas nadie era bueno, creaban discordia entre conocidos y vecinos y si alguien caía en sus redes y no tenía defectos, seguro que ellas se los inventaban.
Ellas estaban siempre en boca de los demás, tramaban los más desopilantes hechos con tal de llamar la atención, lo cierto, es que ellas tenían una habilidad desconcertante para urdir sucesos que las llevaba a estar siempre en medio de la discordia.
Eran tan incisivas y persistentes que no ahorraban tiempo de ir de un lado a otro escudriñando y creando historias perversamente pensadas.
Siempre maniobraban desde las sombras, tan graves eran sus tropelías que alteraban el orden y el humor de todo el pueblo.
Si los vecinos pasaban cerca de su casa, podían escuchar el fuerte cuchicheo que ellas hacían e inundaban todo el ambiente, tal cosa enojaba a todos sus vecinos.
Ya no se trataba de las mujeres, ahora todos estaban involucrados en sus dimes y diretes.
En fin, nadie las quería, todos les rogaban a sus deidades, que estas indolentes recibieran un fuerte castigo.
Su accionar traía la desgracia y el dolor a todos los que se cruzaban en su camino, eran la negación de la bondad.
Con el correr de los días, se las dejó de ver, todos estaban asombrados, sin embargo, el cuchicheo que escapaba de su vivienda era oído por todos, ellas estaban allí.
Nadie imaginaba el desenlace.
Una mañana soleada de primavera todos quedaron atónitos al verlas tomando sol en el jardín, tenían sus cabezas chicas, ojos saltones como salidos de sus órbitas, de mirar agresivo y altanero, tal vez audaz, sus dientes habían crecido excesivamente y la lengua antes larga y viperina, ahora se había acortado, perdiendo el don del habla.
Sus cuerpos eran estrechos, deformes y cubiertos de pelos ásperos y deslucidos.
Eran horribles roedores de apetitos voraces.
Solo habían conservado el atroz y confuso cuchicheo de sus antiguas y frívolas costumbres malignas y el deseo de reunirse al sol.
Susana C. Otero
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