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Foto del escritorBuen Dia Corrientes

LA LEYENDA DEL ANGÚ o JACAPANI (Donacobius atricapillus): EL TRANSPORTADOR DE ALMAS


Uma ave entre outras há que se discorre, ou fama certa seja, ou voz fingida, que do jardim a nós, de nós lá corre, como fiel correio da outra vida: Dizem que voa, quando algum cá morre, e exprime no seu canto enternecida o que alma passa nas eternidades, e que nos leva, e traz doces saudades. Caramuru: poema épico – Canto III (1781) José de Santa Rita Durão

[Un ave entre otras hay que discurre/ ya sea fama cierta, o voz fingida,/ que del jardín a nosotros, y de nosotros allá corre,/ como fiel correo de la otra vida: /Se dice que vuela, cuando alguno muere, /y expresa con su canto enternecido,/ que el alma pasa a las eternidades,/ y que nos lleva, y trae dulces añoranzas.]

Hace unos días un conocido ornitólogo se preguntaba por el origen del nombre del angú, ese vistoso pájaro que habita esteros y humedales de la zona subtropical y tropical de Sudamérica. Investigando el asunto, la primera mención histórica que encontré es la de Georg Marcgrave (1648) que lo describió correctamente con el nombre local de jacapani, del tupí iapakaní, una palabra que designa un ave de vuelo pesado, de la orilla de los ríos.

Un salto en el tiempo me condujo a Mathurin Brisson (1763), que publicó la primera descripción científica del angú, al que llamó en latín Merula atricapilla y en francés “Mirlo de cabeza negra del Cabo de Buena Esperanza”. El término específico atricapilla cabellos negros) ha permanecido en la nomenclatura hasta nuestros días. No así el género porque el angú no es un mirlo y como veremos resultó un ave de difícil clasificación, tanto que actualmente fue preciso ubicarlo en una familia propia. Obviamente Brisson equivocó la localidad ya que el Cabo de Buena Esperanza, en Sudáfrica, está muy lejos de las tierras del angú. Ocurre que el ornitólogo francés era el clasificador y curador del gabinete de historia natural de René-Antoine Ferchault de Réaumur cuya colección provenía de todas partes del mundo, y quizás una etiqueta mal colocada causó la confusión. Muchas veces también los barcos que llevaban los especímenes en su largo viaje desde América recalaban en puertos africanos y así se confundía el origen de los materiales que enviaban los naturalistas.

Nuestro siguiente informante es Félix de Azara (1802) que lo clasificó junto a los batarás, con el nombre de “Batará de agallas peladas”, pero su sagacidad característica le hizo ver que era otra cosa y que convenía clasificarlo transitoriamente hasta que se resolviera el asunto. “No está aquí sino en depósito, por no encontrar mejor lugar”. Anotó alguna de sus costumbres: “Nunca sale de los grandes anegadizos y albercas; y aunque se dexa ver por las madrugadas sobre las plantas aquáticas, lo común es no salir donde lo vean. Es solitario, y quando mucho está su amada idéntica a 20 ó 30 pasos. No conoce esquivez, tiene poca actividad, y sus vuelos son cortos y baxos”. Esto último explica quizá el origen del nombre tupí que anotó Marcgrave. Azara se dio cuenta que era el mismo pájaro que Buffon describió como “Casque noir” casco negro), pero dudaba algo porque el francés siguiendo a Brisson le dio origen africano y lo incluyó entre los mirlos, y “yo le tengo por páxaro singular”.

La descripción de Buffon incluía observaciones hechas en Sudamérica por su colaborador Charles-Nicolas-Sigisbert Sonnini de Manoncourt durante 1773-1774, quien lo denominó “Merle des Savanes” mirlo de las sabanas), nombre que Vieillot (1818) latinizó como Turdus pratensis. “Un habitante de esas vastas sabanas inundadas, de esos grandes espacios, mezcla singular de tierra y agua, que forma, en diferentes lugares, el suelo incierto de la Guyana francesa”. Recorriendo la costa de la Guayana Británica, Richard Schomburgk (1840) señalaba: “Es un pájaro muy peculiar. Tan pronto como ve a un ser humano, produce fuertes gritos ásperos que se asemejan a los de nuestros Escribanos palustres [Emberiza schoeniclus], con lo cual todos los compañeros que se encuentran en las cercanías vienen volando y, con un vuelo constante hacia arriba y hacia abajo por los arbustos, se unen al ruido. Ni bien la persona se pone fuera de su vista, la congregación se dispersa silenciosamente en todas direcciones”.

A William Swainson (1831), que lo dibujó en Brasil, le llamó la atención su voz y por eso lo denominó Babbling Thrush zorzal charlatán): “Es raro que las notas de la raza emplumada sean absolutamente desagradables, pero no recordamos haber oído nunca una voz con tal sorprendente disonancia, como la de éste. Su nota particular, si se le puede llamar nota, ahora no la recordamos; pero era tan estridente, áspera y monótona, que frecuentemente nos abalanzábamos fuera de la casa, para espantar a los molestos charlatanes. Esto ocurría en la hospitalaria residencia de nuestro amigo, el Sr. Pinches, de Pernambuco, cuya casa estaba junto a un pequeño bañado, lleno de juncos, entre la cuales estos pájaros aman vivir; y que en realidad, nunca dejan. Aferrados a los lisos tallos con sus fuertes pies y agudas uñas, estaban incesantemente emitiendo disonancias con las más provocadora perseverancia; todo el tiempo moviendo su cuerpo de un lado al otro, extendiendo su cola, y forzando sus gargantas, en la forma más grotesca imaginable. A cada lado del cuello, hay un larga superficie de piel desnuda de un intenso color amarillo [lo que justifica el nombre dado por Azara de “Batará de agallas peladas”]; viven en parejas y construyen un nido pendiente entre los juncos; su vuelo es muy lento y débil”. A raíz de su hábitat Swainson creó el nombre genérico Donacobius, que significa “el que vive entre las cañas”, del griego donax, donacos: nombre de un tipo de caña (Arundo donax), y en general, de cualquier planta acuática de tallo recto y liso, y bios: vida, lugar donde se vive.

Para la misma época el príncipe Maximilian de Wied (1830) hacía estas observaciones: “Esta hermosa ave es un habitante ribereño, que se encuentra sólo en los arroyos y riberas donde vive en densos arbustos o juncales y varias otras plantas que crecen compactas. Lo encontré en el interior de los grandes bosques del sertón de la provincia de Bahía, en el arroyo Catolé, cuando viajé allí desde Ilheos, así como más al sur a orillas del río”.

“Sube y baja por los tallos como nuestro carricero tordal (Acrocephalus arundinaceus), es vivaz, está en constante movimiento, y deja escuchar una canción de muchas voces fuertes y contrastantes. Su comida consiste en insectos y quizás también huevos. El nido se encuentra en la vegetación densa de las riberas, pero nunca pude encontrarlo”.

“Ni bien te acercas a estas aves, desaparecen rápidamente en el entramado más denso de las plantas.

Otro viajero contemporáneo de ellos fue Alcide Dessalines D'Orbigny (1826-1829) que encontró una pareja al norte de la provincia de Corrientes “en el medio de los esteros más cubiertos con juncos. Escuchamos, durante mucho tiempo, los dos pájaros que hacían resonar el eco de sus gritos de llamada, repetidos a menudo, cambiando siempre de lugar en medio del juncal, pero sin mostrarse; y fue después de una larga espera que pudimos verlos y tirarles. Parece que nunca dejan los sitios inundados, salvo momentáneamente a la mañana”. Más tarde, en las cercanías de la misión San José, en Chiquitos (Bolivia) descubrió la subespecie Donacobius atricapilla albovittatus que tiene una ceja blanca: “Es raro que haya más de una pareja por laguna; y cada una parece tener la suya. Siempre en lo más espeso de los cañaverales y juncales, uno escucha más que ve a los dos consortes llamarse uno a otro, a una distancia de 30 pasos. En el tiempo de los amores, sus cantos redoblan la fuerza; los hacen entonces resonar desde lejos en el bañado; parecen querer tapar ellos solos el canto de los demás pájaros”.

En 1880 el zoólogo inglés William Alexander Forbes visitó las selvas de Pernambuco, Brasil. Allí, desde el ferrocarril que va desde Cabo de Consolaçao a Una, observó al jacapanim “frecuentando el fondo pantanoso de los valles (…) Es un ave muy ruidosa, con un fuerte grito parloteado. Vuela por ahí en pequeños grupos de 3 o 4, y se la encuentra en la vegetación acuática que crece en las orillas del río Una. El ave es muy conspicua tanto por su ruidoso grito como por su hábito de aletear con sus alas cortas y redondeadas (…) Escuché el nombre “Casaca do Couro”, que significa casaca de cuero, aplicado a este pájaro por un amigo brasileño”.

William H. Edwards (1861) viajando por el Amazonas, encontró una cantidad de aves novedosas en Monte Alegre, cerca de Santarem, “la más interesante de las cuales era una pequeña especie de la familia de los zorzales, el Donacobius vociferans (Swain.). A este pájaro lo vimos después a menudo en los pastos, junto al agua, y sus deliciosas notas nos recordaron a su primo, nuestro sinsonte [Mimus polyglottos]. Fue sin comparación el más fino cantor que oímos en el río, y allí, donde las aves canoras son inusuales, puede considerárselo como una de las atracciones del río. A cada lado del cuello tiene una barba amarilla, mediante cuya hinchazón produce sus ricos tonos”.

Como se ve según el observador difiere el concepto sobre el canto.

William Beebe (1909) también los observó en Brasil: “Una pareja (los dos posados uno pegado al otro) gritaban al unísono powie! powie! powie! En sucesión rápida, una docena de veces. La otra pareja respondía week! week! week! igualmente repetido y rápido. A cada emisión las colas semi abiertas de la respectiva pareja se agitaban violentamente de lado a lado, como jaladas por un hilo”.

Como hemos visto hasta ahora, el nombre angú no aparece en la literatura ornitológica, pero en 1894 el ornitólogo suizo Emil August Goeldi decía: “Aquí conocido, según mi experiencia, por los nombres comunes de Passaro Angú [= pájaro angú] y Viola [= guitarra] (sur de Minas)” y aclaraba: “En las márgenes inundadas del río Angú, así como en los puntos de sus tributarios donde crecen arbustos, juncos y cañas, vemos diariamente, casi a toda hora un ave que nos parece la contraparte brasileña de la tutinegra de los cañaverales (Sylvia turdoides) de Europa Central (…) trepa el Angú o desciende por el cañaveral de aquellos lugares, de un lado al otro, como marinero por los aparejos de un navío. Podría definírselo como teniendo el comportamiento de una rata (…) Siempre en movimiento, verdadero temperamento mercurial, fantasea también con un canto lleno de variaciones y agradable al oído; en su placer de compositor, continúa impertérrito cuando la gente se aproxima con cuidado”.

Pareciera entonces que el nombre angú es un localismo de Minas Geraes, donde el ave vive a orillas del río homónimo. Ahora bien, como en el célebre dilema del huevo y la gallina, habría que decidir si fue primero el ave o el río. No lo sabemos. Angú, en tupí, parece provenir de ang: alma, espíritu, y ú: comer, o sea, comer el alma, en el sentido de tener miedo, recelar. Eurico Santos refiere que el nombre indígena del ave es uira-angú, es decir pájaro angú, y que deriva de anga-ú, que quiere decir “que se lleva el alma (al cielo)”. Para este autor el comportamiento del angú de realizar un vuelo vertical, llegando a gran altura, explica este nombre dado al ave. Lo que explica también los versos con los que iniciamos esta nota y la creencia indígena de que está ave ayudaba a las almas a ascender al cielo, tal como los psicopompos griegos.

Pero también angú es un vocablo de origen africano (¿ioruba?) que se utiliza desde antiguo en Brasil para designar un alimento: la harina de maíz o de mandioca. Y aquí podría haber una relación con el color amarillento ventral del ave. Aunque, el mencionado Santos refiere que un cazador furtivo le contó que se le daba ese nombre porque el pájaro era tan sabroso como el pirão de maíz. Y, entonces, como un misterioso círculo que se cierra, con este origen africano del nombre, volvemos al comienzo cuando un zoólogo de gabinete creyó que el angú vivía en África…

LOS NUMEROSOS NOMBRES DEL ANGÚ

Para la cantidad de nombres populares que ha cosechado, el angú, está poco representado en los mitos y relatos de los pueblos sudamericanos, o al menos ha sido poco estudiado desde ese punto de vista. La mayoría de los nombres hace referencia a su canto (onomatopéyicos) o a su semejanza con otras aves, y muestran que los pobladores lo ubican alternativamente entre los zorzales, sinsontes, cuclillos y tangaráes.

¯Uira-angú, pássaro-angú: pájaro angú. ¯Japacani, japacanim: del tupí iapakaní, nombre de un ave de vuelo pesado, de la orilla de los ríos, que por metástasis dio jacapani y jacapanim. ¯Chauá: Nombre también aplicado a una especie de loro el acamatanga (Amazona rhodocorytha). ¯Gaturamo-do-brejo: Es además el nombre de otra ave, el arañero cara negra (Geothlypis aequinoctialis). El nombre gaturamo se aplica a los tangará del género Euphonia, sería entonces “tangará del pantano”. ¯Saci-do-brejo: saci es el crespín (Tapera naevia), entonces “crespín del pantano”. ¯Viola: en portugués, guitarra. ¯Cucarachero de Laguna, sinsonte lagunero, en Colombia. ¯Calandria de estero, en Paraguay ¯Paraulata de Agua, en Venezuela, donde paraulata es un nombre aplicado a los zorzales (Turdus). ¯Heyaning, para la etnia lengua del Chaco Paraguayo. ¯Mariraeking, entre los macuxi del sur de Guyana, norte de Brasil (estado de Roraima) y oriente de Venezuela ¯Cuei-cuei: nombre que le dan los karipúna, en los ríos Curipi y Oyapock (Amapá, Brasil). ¯Kwaikwái: en la lengua palikúr de los arawak (Brasil y Guayana Francesa). ¯Motyo: en lengua sranan (Surinam). También se le dice swampufowru que significa “ave del pantano”. ¯Kulaywe: en caribe wayana (Brasil, Surinam, y Guayana Francesa). ¯Babbling thrush zorzal charlatán), Fantail cola de abanico): en Guayana Británica.

Alex Mouchard Historias Zoologicas Blogspot.


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