En las tierras que un día fueran territorio guaraní, justo en la colina de Areguá[1], habitaban al comienzo de los tiempos Rupave y Sypave[2], los padres primeros y sus hijos. Entre estos hijos estaba la bella y dulce Yrasema, poseedora de una voz tan maravillosa que parecía el suave murmullo de las aguas. Cuando su voz danzaba en el viento, los pájaros extasiados detenían sus cantos, los aromas se exaltaban, y hasta los colores parecían abrillantarse.
La música de Yrasema llenaba todo el espacio, serenaba los espíritus, acunaba las tristezas, consolaba los miedos, vivificaba el monte entero inundando de contento los corazones de humanos y animales. Día y noche cantaba la jovencita, le cantaba al sol y a la luna, a los arroyos y a la madre tierra, y su canto era vida y la vida su canto.
Un día, nadie sabe bien porqué, canto más que nunca y al anochecer extenuada e inquieta siente un daño en su garganta y un ardor en la piel.
Al verla tan decaída Sypave; su madre; se acerca, toca la frente de la niña ¡está ardiendo! Le mira los ojos ¡están brillantes y afiebrados!, la oye apenas murmurar con voz dolorida. Preocupada llama su hijo Japeusa, el que nació de pie y desde entonces contraría las cosas, y le encarga que vaya en busca de hojas de agrial[3] y cáscaras de inga[4],que ella mezclará con sal para curar el mal que inflama la garganta de Yrasema.
Pero ¡Ay! Japeusa, el hijo desobediente que todo lo hace al revés, desobedeciendo a su madre recoge las picantes hojas de ka’atai,[5] naranjas agrias y hojas de ortiga, y sin esperar decide preparar por sí mismo el brebaje y dárselo a beber a su hermana.
¡Tonto y atolondrado muchacho! El brebaje resulta fatal, la garganta de la niña se hincha al punto de impedirle respirar. Yrasema va cerrando sus ojos, la piel palidece, su boca intenta desesperadamente capturar algo de aire. No puede. No puede y muere.
Un gemido lastimero nace entonces de la selva misma y todos acuden acongojados junto a la hamaca en que yace la niña. ¡La tristeza irrumpe por primera vez en la tierra!
Tan desconocida era la pena que atraídos con la noticia miembros de tribus lejanas acudieron junto a la primera muerta, pues tampoco era conocida la muerte en ese tiempo. Todos y cada uno llevaron ofrendas, convencidos de que por medio de ellas Yrasema reviviría. Días y días le pusieron emplastos de mil hierbas, la rodearon de amuletos y palabras mágicas, le mojaron la frente, la abanicaron para espantar el calor y las moscas… No resultó. Yrasema ya no abrió sus ojos.
primogénito de Rupave y Sypave, Tume Arandu[6], el hombre de sabiduría de la tribu, el único que entiende el lenguaje de la naturaleza, comprende, y al comprender le toca la tarea de consolar tanto desconsuelo.
—Arasy, la madre de la creación, ya se ha llevado el aliento de mi hermana y no lo regresará. Hemos de poner el cuerpo de Yrasema en la tierra para que ella la cobije y de ella se alimente para dar vida nueva. — Explica con voz firme —Tupa ha dispuesto que la vida ya no sea eterna para nosotros, a todos nos llegará la hora de morar en la madre tierra, ser vivo que nos alimenta, nos protege y nos recibe igual que recibe a las plantas y a los animales cuando el aliento vital los abandona. Esta es la ley de los ciclos que Tupa ha creado desde ahora y por siempre.
Todos escucharon al sabio profeta con respeto y temor. Difícil les resultaba comprender que la muerte, una extraña desconocida hasta entonces, había sido creada y ya no se iría de la tierra. Aceptarlo y enfurecerse con Japeusa por haberla convocado fue un mismo instante. Japeusa al darse cuenta que por su causa “la que apaga el aliento” había nacido, enloquecido de dolor, vergüenza y miedo, huyó desesperado sin rumbo alguno.
Tras él, queriendo golpearlo, corrieron todos menos Tume Arandú, que suplicó al dios creador Tupa que perdonara a su torpe e inconsciente hermano, pues lo que hizo lo hizo sin malicia, lo hizo por ignorante.
Japeusa enajenado corre golpeándose con las ramas, clavándose espinas, y ciego de dolor al alcanzar el río se arroja en sus aguas y ya nadie lo ve. Muchos días pasan antes que el río devuelva los huesos revueltos de Japeusa. Tupa que ha oído al sabio pedir clemencia, Tupa que sabe que es él y no otro quién teje el destino de todo lo creado, insufla nueva vida a los huesos confundidos y ante la mirada atónita de todos los huesos se sacuden, se agitan, se reordenan en una forma hasta entonces nunca vista. La forma se cubre con un caparazón duro, el andar contrariado y entonces comprenden que es Japeusa que regresa transformado en ese pequeño animal que marcha por la orilla buscando el agua.
Es Japeusa.
Es ahora un cangrejo.
[1] Región del Paraguay, con una colina junto a las orillas del lago Ypacaraí
[2] Primera pareja.
[3] Su nombre científico es Begonia cucullata. Es una hierba que crece en los esteros y que según se afirma en la boánica naturista, saca verrugas, cura los males de la boca, alivia la garganta.
[4] Es un árbol leguminoso que crece en abundancia en la zona.
[5] Es una planta muy picante
[6] Sabio de la tribu, profeta, también llamado Pa’i Sume en muchas leyendas
Adaptación: Ana Cuevas Unamuno
Raza Folklórica.
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