Cuenta la leyenda que el carancho, cuando comía solamente carne fresca, fue castigado por Noé, el constructor del arca por el diluvio universal. Dicen que dicen que cuando paró la lluvia, después de cuarenta días y cuarenta noches, Noé llamó a carancho: —Necesito que vayas a ver si podemos bajar a tierra. Ya todos los animales se me están poniendo nerviosos, ¿entendés? —Claro que sí —contestó el carancho—. Iré a mirar y volveré lo más rápido posible.
Y salió volando por una ventana. Los demás animales no estaban muy contentos con el delegado que había designado el jefe del arca: —Volará alto, pero para mí, va a ir a buscar comida —afirmó un tero. —Con lo tragaldabas que es, seguro que se va a quedar por ahí comiendo —rumoreaban los osos hormigueros. —¿Por qué no mandó Noé a uno de nosotros? —se preguntaba, envidioso, el águila macho. Lo cierto es que los días pasaban y el carancho no volvía. Todos tenían razón: el muy desconsiderado se estaba dando un atracón de carroña, que era lo único que había encontrado y que, hasta entonces, nunca le había gustado. El único preocupado por él era Noé, que estaba casi seguro de que se había ahogado. Una tarde el carancho volvió con un aliento horrible que espantó a más de uno, y que lo delató frente a Noé. El guardián del arca se sintió defraudado y muy enojado: —Estás castigado por tu egoísmo. Te condeno a ser el basurero del aire: comerás siempre carroña.
Desde entonces, el carancho se alimenta de animales muertos y, como no para de comer, también de animales vivos. Pero solamente cuando se lo permiten, por supuesto.
Carancho y los mitos en los pueblos originarios
La carne del carancho no sirvió de alimento más que en casos de extrema necesidad. Sus plumas, por el contrario, tuvieron gran demanda. Los mbayas, del Paraguay actual, las usaban en sus tocados y como abanicos, para hacerse viento y encender el fuego. Los onas fabricaban con ellas diademas ceremoniales. Y los guerreros araucanos jamás olvidaban llevar a combate un adorno de plumas de carancho y otras rapaces, quizás para obtener una dosis extra de coraje y ligereza.
Los mapuches lo consideran un ave agorera: si se les cruza un número impar de ejemplares, señal de muerte. Parecida interpretación hacen algunos de nuestros paisanos cuando lo ven arrastrarse con las alas extendidas. Los onas, en cambio, creían que era capaz de atraer tormentas desde el sur, su legendario lugar de origen. Solo había una manera de frustrar sus planes: tratarlo de glotón apenas comenzaba a aletear y gritar llamando a la nieve.
El carancho debe sus papeles más descollantes a la mitología de los pueblos nativos del Chaco, donde, combinando picardía y sortilegio, derrota a monstruos.
Los chorotes cuentan que robó el fuego al pájaro carpintero para entregárselo a los hombres y, de yapa, les enseñó el uso de redes y otras artes de pesca. Entre los komlek también es el héroe que consiguió el fuego y el shamán que curó el primer picado de víbora, succionando la herida y entonando cantos sagrados.
Los tupi-guaraní adjudicaban un mágico poder a las plumas de carancho pulverizadas. En el Brasil colonial se decía que la raspadura de sus uñas y de su pico, es uno de los más eficaces contravenenos que se hallan en el mundo; y que sus plumas, su carne y sus huesos curan muchas enfermedades.
TEXTO: especialista Luciano Echeto
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