Don Martín y su amada La leyenda argentina dice que, cerca de los esteros y a orillas del río, se asentaba un hombre llamado Martín López. Era fuerte y rudo, de piel curtida y un muy hábil mariscador. Él vivía junto a su esposa, una mujer dulce como la piel, en un pobre rancho de adobe y paja. Cerca de su hogar, Martín había construido un depósito precario donde almacenaba cueros de yacarés y pieles de víboras. Asimismo, tenía plumas de garza y otros elementos que luego cargaba en su canoa y los llevaba para vender. Estos productos que comercializaba le dejaban lo que denominaba como “vicios”, que eran diversas provisiones. De esta manera, conseguía harina, grasa, fideos, yerba, azúcar y un poco de tabaco.
La pareja mantenía una vida solitaria y austera. Es que sus hijos ya estaban grandes y se habían marchado a la ciudad en busca de trabajo. En una jornada laboral como cualquier otra, Martín cargó su canoa, se despidió de la patrona y se fue. Consigo llevaba cueros, plumas y una lista de comestibles que necesitaba. Después de terminar con su negocio, el hombre solía quedarse unas horas con sus amigos para saborear unas copas de caña. Además, aprovechaban para compartir un partido de truco. Pero ese día se le hizo más tarde que de costumbre y lo agarró una feroz tormenta mientras volvía en el bote.
La tragedia que los unió El viento soplaba y le dificultaba la visión, por lo que en el trayecto chocó con un embalsado. Esto produjo que diera una vuelta en campana y que Don Martín saliera despedido de la embarcación. Aunque no hubo certeza de la naturaleza del golpe, su cuerpo quedó enredado entre los pajonales y murió ahogado. Paralelamente, la leyenda argentina relata que su mujer se ponía nerviosa al ver que caía la noche y que el hombre no retornaba. Así que agarró el farol de kerosene como tantas veces lo había hecho y salió a buscarlo. Sin embargo, el ventarrón era insoportable y la lluvia cada vez corría con más fuerza.
Antes de llegar a la orilla la mujer se tropezó con algo en el camino. Instintivamente, soltó la lámpara que fue a dar justo contra el tronco de un sauce que comenzó a arder con el fuego. Lo que provocó que en cuestión de instantes se prendieran las malezas y los pajonales, que con ayuda del viento lograron alcanzarla. El atroz escenario continuó hasta pasada la media noche, pero cuando los rayos de luz iluminaron el día desprendieron una aureola.
Y desde el agua surgieron dos roedores jamás antes vistos, que se dirigieron hacia el lugar del incendio. Juntos recorrieron el espacio y en compañía mutua se adentraron en el estero. La leyenda argentina cuenta que sus almas se reencarnaron en carpinchos, los animales de inusual fidelidad que con su piel gruesa todo lo resisten.
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