Es un ave natural de la zona del Rio de la Plata.
Es una zancuda de color gris claro y cuello largo que es fácilmente domesticable.
Dicen que dicen... que en una comunidad guaraní, cuyo cacique de nombre Aguará había sido un hombre valiente, pero el trascurso de muchos veranos lo habían acercado a su invierno, sus cabellos se habían puesto blanco, su espalda encorvada y sus fuerzas decaían cada vez más.
Aguará siempre había deseado tener un hijo varón, pero Tupác no le había concedido ese deseo.
Sin embargo, su única hija Taca colmó todas sus expectativas, la joven era muy hermosa, de fuerte carácter y espectacular figura, su tez morena era fina tersa, sus cabellos largos y negros como una noche sin estrellas le caían sobre su espalda.
Ella tenía un genio enérgico y decidido que intercalaba con charlas dulces y amenas. Todos en la comunidad le admiraban y su padre habíale pedido ayuda para guiar la tribu y administrar con justeza.
Todos respetaban las decisiones que Taca resolvía bondadosamente.
Ella manejaba el arco y la flecha con destreza, era capaz de enfrentarse a cualquier peligro, siempre que fuera en beneficio de sus congéneres a los que escuchaba con amor, pero cuando era necesario arengaba y dirigía con destreza y bravura.
Ella estaba profundamente enamorada de un valiente cazador, Ará Ñaró, quien la había adiestrado en el arte de la cacería, Taca había aprendido tanto que ningún peligro del monte le importaba.
Por esos días la vida transcurría sin sobresaltos, pero como todo en la vida tiene sorpresas la aparición de un feroz jaguar trajo la desgracia al pueblo.
Sucedió que en una mañana antes que el sol trepara en el horizonte, Carumbé, Pindó y Petig se internaron en el monte en busca de miel de lechiguana, de improviso fueron atacados por un enorme jaguar.
Tan ensimismados en la recolección estaban, que no se apercibieron de la llegada del animal que de pronto saltó sobre Petig y del primer zarpazo cayó muerto. Carumbé y Pindó no tuvieron otra opción para salvar sus vidas.
Al enterarse los miembros de la comunidad, consternados reunieron al consejo de ancianos.
Los hombres sabios, ante semejante amenaza, decidieron emprender la búsqueda del felino para darle muerte.
El cacique y Taca aprobaron la determinación e instaron a los jóvenes guerreros a realizar tal empresa, pero con disgusto y sorpresa ellos comprobaron que tan solo un joven, al que llamaban Pira-u estaba dispuesto a enfrentar tal peligro.
Así fue como el valiente guerrero, luego de prepararse partió al amanecer.
Todos tenían fe en Pira-u y esperaban que pronto regresara el joven con la piel del animal. Sin embargo, los días corrían y el muchacho no volvía.
Días más tarde tuvieron noticias, el joven había sido sorprendido por el animal y ya no regresaría.
Taca estaba enfurecida e inmensamente triste, con premura reunió a la aldea y los conminó a ir en busca del depredador, pero nadie quería enfrentarse a la fiera.
Ella gritando les hizo saber que estaba avergonzada de pertenecer a una tribu de cobardes.
-Todos saben que Ará-Ñaró aún no regresa de la cacería, pero si él estuviese aquí, dijo Taca-, -Él iría sin dudas en busca del jaguar, pero si nadie ha de hacerse cargo de la defensa de nuestro pueblo, lo haré yo misma-.
Su padre se mostró orgulloso y lleno de admiración por su primogénita, pero se negó a que ella emprendiera semejante empresa.
El adujo que, si bien su hija era digna de sus antepasados, debido a su edad, él ya no podría gobernar a su comunidad y les habló de sus achaque y viejas heridas, sin embargo, Taca refutó a su padre diciéndole que los dioses la acompañarían y que alguien tenía que poner fin a los desmanes que atravesaba la tribu.
Aguará no tuvo palabras para convencer a su hija y ella comenzó los preparativos, saldría esa misma tarde, antes del anochecer.
Cuando estaba todo listo para partir algo inusitado sucedió. Ara-Ñaró había regresado trayendo consigo pieles, plumas y un sin número de animales, producto del esfuerzo, después de tantos días de caza.
Sin duda el grupo fue recibido con vivas y vítores, Aguará y Taca encabezaban el grupo custodiado por un grupo de ancianos.
Ará Ñaró obsequió a su amada con distintos presentes, el más preciado una bella plumita de Caburé.
Cada cual volvió a su maloca pero Aguará, Taca y Ará Ñaró departieron de los peligros que amenazaban a la comunidad.
El joven cazador no podía creer que nadie fuera capaz de afrontar los azotes del jaguar.
Aguará le explicó que el motivo de tal atroz temor era que todos creían en un enviado de Añá, imposible de vencer.
Ará Ñaró tomó la decisión de acompañar a su amada.
Ni bien los primeros rayos de luz se abrieron en el cielo, ambos jóvenes partieron ante la mirada del anciano, los impulsaba la juventud y la esperanza.
Durante todo el trayecto Taca animaba a Ará Ñaró diciéndole -¡Yahá!, ¡Yahá!-.
Cerca de un ñandubay hallaron las inconfundibles huellas de la fiera.
Ará Ñaró le ordenó a Taca guarecerse detrás de los matorrales cerca de un añoso árbol y fue al encuentro del felino, pero el animal apareció de la nada y se abalanzó sobre el muchacho.
El animal era fuerte y sumamente feroz y por más que el joven lo enfrentaba valientemente la lucha era desigual.
Taca, espantada desde su precario escondite observaba como el jaguar desgarraba el cuerpo de su amado, ella dio un grito y se abalanzo sobre el animal, pero pronto fue desbastada por el felino.
Todo fue en vano, ambos sucumbieron en el intento, junto al jaguar.
Muchos días pasaron sin noticias de los jóvenes y con el transcurrir de las lunas los dieron por muertos.
El anciano enfermó de tristeza y al poco tiempo dejó esta vida. Taca, Ará Ñaró y el jaguar pagaron con su vida el heroísmo, que los llevó a la lucha de enfrentarse entre sí.
Todos estaban tristes, la pérdida de seres queridos les había afectado mucho, pero ahora librados del cruel enemigo, debían darle una sentida despedida a Aguará.
Para ello prepararon una urna de barro y en ella depositaron el cuerpo del cacique, sus prendas y provisiones para el viaje.
Al llevar la urna al lugar de descanso, sobrevolaron sobre los restos una pareja de aves, hasta ese momento desconocida gritando: - ¡Yahá!, ¡Yahá!-.
Todos reconocieron en ellos a Taca y a Ará Ñaró que habían venido a despedirse del anciano, porque después de haberle dado muerte al jaguar, Tupá los convirtió en los guardianes encargados de vigilar y avisar ante cualquier peligro.
Desde ese entonces los Chajá cumpliendo los designios de Tupá, nos adviertes ante cualquier amenaza dando el grito de ¡Yahá!, ¡Yahá!.
Susana C. Otero.
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