La leyenda del cuervo, el yryvu, era un gaucho muy comilón de carne, que un día de miseria salió de su casa en busca de alimento.
Anduvo y anduvo, hasta que encontró una osamenta; como tenía mucha hambre probó la presa y le gustó.
El mozo comió todo lo que quiso. Sació bien su apetito con la carne pútrida y se tendió después a dormir tranquilamente, sobre el pasto, sin importarle el olor ni las moscas que lo rodeaban.
Cuando aquel gaucho despertó, ya no era el mismo. Su cuerpo estaba lleno de plumas negras, su boca era un largo pico, sus piernas tenían púas y uñas filosas...
Dios, que había contemplado con disgusto y asco su terrible banquete con la osamenta, lo ató para siempre a ella. Por eso es que dice el vulgo, cuando una persona sale de su casa y tarda mucho en volver, hizo como el cuervo, encontró una osamenta y se quedó.
Entre los cazadores hay una interdicción que ordena: No hay que tirarle al cuervo con la escopeta, porque su caño se humedece para siempre...
“Leyendas y supersticiones del Iberá. Seres metamorfoseados”, por Perkins Hidalgo, Guillermo - Nota aparecida en el fascículo 7 “Corrientes entre la leyenda y la tradición”, de la publicación “Todo es Historia”, colección dirigida por Félix Luna, en Octubre de 1987.
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