El Canto del Jilguero
Un indio oyó en la selva el canto de un jilguero. Nunca había oído melodía igual. Quedó enamorado de su belleza, y salió en busca del pájaro cantor. Encontró a un gorrión, y le preguntó: «¿eres tú el que canta tan bien?». El gorrión contestó: «Claro que sí». - A ver, que te oiga yo. El gorrión cantó, y el indio se marchó. No era ése el canto que había oído. El indio siguió buscando. Preguntó a una perdiz, a un loro, a un águila, a un pavo real... Todos le dijeron que sí, que eran ellos. Pero no era su voz la que él había oído. Y siguió buscando. En sus oídos resonaba aquel canto único, distinto, ensoñador, y no podía confundirse con ningún otro. Siguió buscando, y un día a lo lejos volvió a escuchar aquella misma melodía, que llevaba desde entonces en el alma. Se paró silencioso. Sintió la dirección y midió la distancia con sus sentidos bien alerta. Se acercó sigiloso, como un indio sabe andar en la selva, sin que ni sus pies se enteren. Y allí lo vio. No necesitó preguntarle, «¿eres tú?». Lo supo desde la primera nota. Sació su mirada con la silueta del pájaro cantor, y regresó feliz a su aldea. Ya sabía cuál era el pájaro de sus sueños.
La voz del Espíritu es inconfundible en el alma. Nos quedó grabada desde que nuestro cuerpo fue cuerpo, y nuestra alma fue alma. Y vamos por el mundo preguntando ignorantes, «¿eres tú?, ¿eres tú?». Mientras preguntamos, no sabemos. Cuando se oye, ya no se pregunta. Dios se revela por sí mismo, y sabemos que está ahí, con fe inconfundible. Que no se nos borre nunca de la memoria el canto del jilguero.
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