Hay un mundo de espectros y fantasmas que tiene un territorio - al norte y al este - donde habitan los duendes. Los duendes existen en ese país fantástico, lleno de misterio, de aguas y de verdes; y poseen como todos los pueblos del planeta sus historias con aparecidos, milagros, quimeras y fundaciones. Son mitos de espíritus y genios que ayudan a comprender sus vidas prodigiosas. Y son leyendas y cuentos que, cantados o narrados por los mayores a los más chicos, refieren sus orígenes, hazañas y deseos; explican sus miedos, lamentan su suerte o celebran sus fiestas; se van transmitiendo sus esencias.
“Por ejemplo, en esta tierra de encanto los duendes chiquitos creen en el mitaí porihajú o gurí misionero, que es un pequeño ser que camina - dicen ellos - entre el monte, la chacra y la descoibarada.
“Las madres de los duendes les cuentan a sus hijos que esta pequeña criatura de la selva deambula descalzo los trillos de Misiones, que así se llama el lugar, con su pancita chifladora y sus ojos como terrones nuevos.
“En el fogón nocturno, sitio de reunión y de descanso de los duendes, se dice la verdadera historia del mito:
“Cuando era la Tiniebla Ñanderú Py´a Guazú, Nuestro Padre de Corazón Grande, creó de su propia sangre las Palabras Mayores y las Palabras Menores para ordenar el universo imaginado. Separó unas de otras con su aliento celeste, tal cual fue desbrozando la bruma del Principio. Con las Mayores inventó el Tiempo estableciendo los días y las noches; y ahí nomás de forma simultánea hizo la materia que forma todas las cosas.
“Entonces, relatan los viejos duendes alrededor de leños encendidos, al Tiempo -que empezó a circular el ciclo de los Cielos como una rueda inacabable- lo mezcló con su propia Sombra. Así fueron creados el hombre y la mujer, la raza humana.
“Cuenta la historia antigua, afirman los duendes recitadores, que de las Palabras Menores brotaron Las Desgracias por la ocurrencia divina de Ñanderú de equilibrar sus propias invenciones.
“Pero la leyenda narra que en la noche inicial, dada la confusión originaria, las cosas se mezclaron, y del hombre y la mujer nació un niño. Luego la raza humana se difundió en la tierra. Pero de aquellas Palabras Menores, pantano de perjuicios, vino un Caraí Añá a mandar con viento, lluvia y trueno. La gente lo llamó Funcionario o Cherubichá Guaú. Y la gran familia humana, empezó a sufrir. Hubo mucho dolor y angustia, mucha injusticia. Y el gurí -aquel niño- se llenó de bichos y de harapos, y empezó a vagar infeliz por el monte en busca de comida y abrigo. Fue bautizado en las aldeas como Mitaí porihajú.
“Mitaí suele andar en los maizales, en las capueras, en los caminos que bajan a los arroyos, en los poblados. Es un chico triste de piel amarronada que busca lombricitas para pescar algún bagre. No es hijo verdadero de hombre y mujer, sino del desamparo, del agravio de Funcionario. Va silbando a veces en los días nublados para paliar un poco el abandono.
“Un día, una siesta de invierno - continúa la historia - el chico se durmió cansado de frío, orfandad y olvido bajo un árbol de pitanga florecido, y soñó, igual que Ñanderuvusú que es el mismo Padre aquel que se creó a si mismo, en una tatachiná primigenia. Y soñó que esa neblina, cerrazón o espasmo se despejaba con cada golpecito de su respiración y dejaba ver una tierra dulce y tierna, llena de alegría. Una tierra sin mal habitada por duendes que se ayudaban entre sí y que cuidaban a los árboles llamándolos hermanos.
“Los duendes - dicen los cantores - somos soñados por un niño pobre.
“Cuando la oscuridad levanta sus copos negros y las pirautas de las brasas abren picadas en la noche, los espectros más viejos relatan esta historia que explica de dónde viene la raza de los duendes.
“Las abuelas fantasmas, las más viejas y desdentadas abuelas buenas, le susurran a los chicos duendes que tengan cuidado porque el Mitaí porihajú reposa, por eso, no hay que hacer ruido a la siesta: no se debe despertar al gurí, porque él es propietario de la vida de ellos. Para que descansen sus hijos las madres-duende les narran a esos bajitos salidos de su magia, que es cierto eso del mitaí pobrecito, y que aun está bajo el ñangapirí como esperando algún gesto generoso de su raza. Solo que a veces deambula somnoliento en busca de una mano amiga, de un regazo tibio, de un afecto o de un mate cocido. Lo que hay que hacer -les dicen a los chicos- es mejorar la vida para que cuando el niño vuelva a la vigilia encuentre al mundo más hermoso.
Esta es la creencia o mito del gurí misionero que juega con los duendes soñados por el monte, la chacra y la descoibarada.”
Territorio Misionero
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