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Foto del escritorBuen Dia Corrientes

LA LEYENDA DEL PALO BORRACHO


Allí están con su abultado vientre, el brillante verde y las enormes espinas. En su mayoría se elevan entre 10 y 25 metros, mientras almacenan grandes cantidades de agua en su base.

Entre el verde de sus ramas y hojas crecen hermosas y grandes flores marmoladas, de 10 a 15 centímetros. Sus cinco pétalos de color magenta gradualmente se transforman en un tono cremoso conforme uno se acerca a su centro. Su dulce néctar es un atractivo irresistible tanto para los colibríes como para las mariposas monarca.

Las ramas tienden a ser horizontales y también están cubiertas de afiladas púas. Las hojas se componen con entre cinco a siete folíolos normalmente cerrados.

Su época de florecimiento es entre los meses de enero y mayo en el hemisferio sur, con el clima tropical y subtropical. El fruto es una vaina ovoide de textura leñosa de 20 cm de largo, con semillas parecidas a garbanzos que al madurar se rodea con una blanca masa de fibra similar al algodón o la seda.

Oriundo de las selvas sudaméricas, dos leyendas americanas narran su surgir. Tres historias muy diferentes y similares: una de amor maternal y perdón, las otras de amor y lealtad.

LEYENDA GUARANÍ

La leyenda del Palo Borracho al contrario de lo que se puede suponer por la forma del árbol, el hombre criado en la selva cree que éste representa el cuerpo de una mujer cuyo cuerpo se fue formando en tres períodos de vida: la juventud, en la que el árbol muestra su tronco con la esbeltez; el de la plenitud, en el que el mismo muestra las formas de la mujer en su vigor espiritual y físico, y la vejez, en la que el árbol muestra las formas maduras de la matrona, reposada. Por esto a este extraño árbol, con forma de botella, ciertas tribus de la zona del río Pilcomayo, lo llaman “Mujer” o “Madre pegada a la tierra” . La leyenda cuenta que en una antigua tribu de la selva, vivía una jovencita muy bonita, a la cual codiciaban todos los hombres. Pero ella sólo amaba a un gran guerrero. Y se enamoraron profundamente. Hasta que cierto día la tribu entró en guerra. Él partió a la contienda y ella quedó sola prometiéndole amor eterno. Pasó mucho tiempo y los guerreros no volvían. Sólo mucho tiempo después, se supo que ya no lo harían. Perdido su amor, la joven cerró todo sentimiento pues la herida abierta en su corazón ya no podría sanar. Se negó a todo pretendiente. Una tarde se internó en la selva, entristecida, para dejarse morir, y así la encontraron unos cazadores que andaban por allí, muerta en medio de unos yuyales. Al querer alzarla para llevar el cuerpo al pueblo, notaron, asombrados que de sus brazos comenzaron a crecer ramas y que su cabeza se doblaba hacia el tronco. De sus dedos florecieron flores blancas. Los indios salieron aterrados hacia la aldea. Unos días después, se internaron los cazadores y un grupo más al interior de la selva y encontraron a la joven, que nada tenía de muchacha, sino que era un robusto árbol cuyas flores blancas se habían tornado rosas. Comentan que esas flores blancas lo eran por las lágrimas de la india derramadas por la partida de su amado y que se tornaban rosas por la sangre derramada por el valiente guerrero.

Leyenda Qom

"El Coptanoón, que había creado aquí abajo todo cuanto la Naturaleza ofrece se detuvo a contemplar a sus hijos – cuyos cuerpos habían animado con chispas de luz – y antes de retirarse a su luminoso hábitat dejó servidores que los auxiliaran. Entre los seres que tenía a su servicio el "Genio", poderoso y justiciero, había animales y plantas. Entre éstos, un árbol tenía el oficio era procurar maternalmente que no faltase alimento a los Quom de las costas del Ipití (río Bermejo). Este árbol tenía el tronco abultado, como si fuera un vientre grávido; y de sus entrañas dicen que salía el germen de muchas vidas acuáticas, cuyo alimento cotidiano hacía fácil la existencia de los hombres. Cuando disminuía la pesca y ellos encontraban amenazadas de esterilidad las aguas del Ipití; se reunían en torno al árbol ventrudo, a quien comenzaron a llamar “La Madre”, para realizar ceremonias y rituales destinados a peticionar abundancia de peces. De este modo, “La Madre” parecía escucharlos. Su vientre se iba hinchando más y más, para luego agitar allá adentro sus entrañas. Tras el misterio del abultamiento, la generosa respuesta se traducía en alimento abundante. Si los ruegos habían sido atendidos; las aguas – hasta entonces quietas – empezaban a moverse y a llenarse de peces que la madre gestara pródigamente en su seno. Este acontecimiento era celebrado durante semanas enteras, con danzas y canciones que ponían acentos de inspiración agradecida en ambas márgenes del Ipití.

Un día, pasado el invierno, las tribus habían reñido y las aguas estaban quietas. Los peces se movían en la costa y ya iban quedando unos pocos. Los quom se acercaron a “La Madre” y entonaron sus peticiones. Durante muchas noches, apenas salía el lucero, las notas angustiosas de un himno suplicaban: "Era, era, era, gait..." Pero el árbol parecía indiferente ¿es que estaba enojado? Allá se perdían los ecos, tras el último ramaje: "Era, era, era, gait..." La angustia iba en aumento. Wl hambre ya se sentía. ¿Es que “La Madre” estaba enojada? El caos se hizo presente, y no faltó el ingrato que preparó su arco. Eligió una flecha fibrosa, una flecha de guerra, con el huesito en la punta para que lastime y penetre hondo. Apuntó al vientre de “La Madre” que ya empezaba a abultarse lentamente y disparó. Al traspasar la corteza, también arrancó con el grito temeroso de la tribu. El trueno que rugía era la ira del Noón. Se enlutó el cielo, y a lo lejos, un ruido extraño se sintió venir como amenaza justiciera. Los quom tuvieron mucho miedo. Vieron agitarse las aguas que parecían teñirse en sangre. El río empezó a crecer y a crecer de un modo alarmante; como si persiguiera con su furia a los ingratos. Estos, corrieron a ocultándose tras los bosques vecinos. Se alejaban intentando huir del castigo. Cuando el río pareció aplacarse y las aguas volvieron al cauce fueron en busca del árbol herido para pedirle que los perdonase. Lo encontraron con el vientre cubierto de gruesas espinas con las que parecía rechazarlos. Las suplica se repitieron una y otra vez... "Iooo sañoa sañoa sañoa iooo sañoa sañoa sañé e sañoa e sañoa Sañé". Finalmente “La Madre” debe haberlos perdonado, porque dicen que en el Bermejo siempre hay abundante pesca. Pero eso si, el ruido de la creciente que baja enfurecida todos los años, les recuerda ese episodio dónde las aguas teñidas de rojo de ese río, al que ahora llaman Inaté, les está mostrando el horrible castigo que trae el revelarse contra “La Madre”.

¿Qué ella los perdonó? ¡No cabe duda! La prueba está en que las flores del palo borracho, como algunos dieron en llamarlo después, son cada vez más hermosas. ¿Por qué entonces la coraza de espinas? Dirán algunos que “La Madre” lo perdona todo; pero el justiciero no perdona que se ultraje a una criatura tan digna de respeto y veneración. Un hombre arrojó la flecha... y el Genio supo dónde poner las espinas. Todavía ahora, en las noches de luna llena, cuando la crecida arremete en salirse de madre, los quom cantan en la lejanía de los bosques: "eiooo sañoa, eiooo sañoa, e sañoa e sañoa sañé"

Leyendas argentinas en la voz y en la pluma de Inés García de Márquez, 1957. Compaginación de Victoria Mabel Romero, Museo Histórico Regional Ichoalay, Resistencia, Chaco.

Leyenda Popular

En los tiempos en que la luna bañaba su precioso disco en las aguas de los grandes ríos aprisionados en la floresta, existía una tribu de indios cuyos hombres eran de un valor extraordinario, y sus mujeres de mágica hermosura. Una de ellas sobresalía de todas por su exquisita bondad que se unía a sus nobles condiciones para completar un digno marco de atracción y de alabanzas. Muchos guerreros ambicionaban llevarla a su tienda por compañera, y muchas estrellas fueron testigos de las rondas y canciones que le prodigaban al son de instrumentos de sonoros acordes. La joven india, que había rendido las pruebas que se exigían a las mujeres de su tribu llegadas a la pubertad, tenía su elegido en uno de lo miembros de su pueblo. Era un esbelto guerrero que en más de una ocasión había puesto a prueba su coraje. El amor los fue uniendo hasta que quiso la fatalidad que la tribu se trabara en lucha con otros enemigos. Partió el enamorado con sus compañeros, no sin antes solicitar de los labios de la amada la fidelidad que guardaría durante su ausencia. Ella le prometió un amor eterno y juró sobre los huesos de sus abuelos que no uniría su cuerpo a otro que no fuera el que había elegido y amado con extraño frenesí. Su espera sería eterna al no recibir noticias de su amado. Se internó en la selva hasta que las sombras la arrojaran hasta el medio de la noche y la muerte le diera el sosiego deseado a su espíritu dolorido. Una mañana, a la llegada de la primavera, los indios que iban a cazar, la encontraron muerta. La levantaron y la pusieron en una parihuela. Notaron que sus brazos se alargaban en forma de ramas y que su cuerpo se redondeaba tomando la forma de un árbol de extraña configuración. Su cabeza se doblegó hacia el naciente, sobre el tronco y de los dedos empezaron a brotar flores blancas de gran hermosura. Los indios retornaron asustados a su tribu contando lo que habían visto. Sólo algunos días después se animaron a volver al lugar donde la india había muerto. Fue entonces cuándo comprobaron que las flores se habían teñido de un ligero color rosado y que ya no había quedado ningún vestigio de humanidad. El árbol se levantaba seguro sobre su robusto tronco y su ramaje florecido, hasta desparramarse en su graciosa copa. Entonces todos comprendieron que las flores blancas son sus suspiros de amor, y que las lágrimas de la india la tiñen de rosa por la sangre derramada en el campo de batalla. En tanto las fuertes raíces del árbol absorben energía de la tierra para elevarla a las corolas (conjunto de pétalos) hacía el cielo".

"El mito, la leyenda y el hombre" Usos y costumbres del folklore. Félix Molina Tellez.


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