Cuando Tupá hizo la primera pareja, la dejó sobre la Tierra, donde preparó el hombre la tierra y la mujer sembró maíz con el que habían de comer. Un día el hombre se alejó y la mujer, inspirada por el hijo que llevaba en su vientre, lo siguió a través de la selva, donde un yaguareté hambriento la mató, pero de su vientre alcanzaron a nacer dos mellizos llamados Erekeí y Erevuí. Se criaron entre las fieras hasta que ya hombres, se les apareció un día Añá, el diablo, quien los llevó a su choza donde vivía una hermosa joven hija de Añá. Los tres huyeron dejando al diablo con sus maquinaciones. Tupá les llamaba con voz más fuerte. Cuando le encontraron, representado por un anciano bondadoso, les preguntó cuáles eran sus deseos. -Yo -dijo Erekeí- quiero la luz. Tú serás el Sol, le respondió el Dios. – Yo -agregó Erevú- amo la luz en las sombras. Tú -replicó de nuevo Tupá- serás la Luna. Y así fueron creados estos dos astros, a los que los guaraníes -especialmente al Sol- saludan solemnemente desde el comienzo de los siglos. Para los guaraní los principales cuerpos celestes que se observan a simple vista nacieron de una forma muy particular, así por ejemplo Kuarahy (el Sol) es producto de la unión entre Ñamandu (dios, nuestro padre) y Ñande Sy (nuestra madre), quien muere durante el parto de Kuarahy. Bajo el influjo energético de Kuarahy sobre los huesos de su madre, nace Jasy (la Luna), por eso es que a medida que se acerca la fecha de la muerte de Ñande Sy, Jasy va perdiendo fuerza (Luna en menguante) hasta desaparecer y volver a aparecer en el resplandor solar (Luna nueva) rememorando así su nacimiento.
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