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Foto del escritorBuen Dia Corrientes

LA LEYENDA DEL ÑATIÚ (MOSQUITO)


Hace de esto mucho tiempo; antes aún de que nuestros oscuros aborígenes entrevieran, ni siquiera en sueños, la llegada de los extranjeros que enturbiarían la vida en paz de nuestra tierra, dícese que aquéllos se llamaban de cualquier modo, extravagantemente. Así había quienes se nombraban Caráu, Ñandú Guazu Ruvichá, Cuarajhy Mimby, Pepó Yuasá, Pirí Poty, etc.

Así también había un cacique llamado Caracha (sabandija), cuyo primogénito respondía al nombre de Ñati’ú (mosquito). Este era un joven que no tenía rival. De él cuentan que era la mar de gracioso, que poseía la palabra fácil y simpática, una fuerza no común, un total dominio de todas las luchas, un valor a toda prueba, una inconcebible ligereza de piernas que lo hacía campeón de todas las carreras, y, en cuanto al manejo de las flechas, nadie le igualaba en puntería y destreza.

Si existía alguien en el mundo muy querido y de muy grande y buena fama, de seguro apenas era tan célebre y amado como él. De las más remotas lejanías llegaban hasta Ñati’ú sus admiradores, ya para tener el placer de verlo nada más, ya para traerle regios presentes, como homenajes de admiración y aprecio.

Entre estos peregrinos también había algunos que le proponían llevarlo con ellos a los grandes toldos de las tribus poderosas y opulentas, con promesas magníficas. Y él, entonces, sonreía nomás, pues no amargaba el alma con ningún deseo ni ambición. Así cuentas que vivía, divirtiéndose y haciéndose grande, aquella pequeña personita.

Pero como sobre la tierra la belleza y la alegría no perduran, apareció de pronto Añá (el diablo) ante Ñati’ú, poniéndole en su camino a recorrer un obstáculo para tropezar también como los otros…Añá le hizo saber que le estaba reservada para amante una mujer, mujer de esas hondamente perversas, destrozadoras de vidas.

Dicen de ésta que era la última hija del cacique Tamococo (tragalotodo), de nombre Mbarigüí (gigena o polvorín), niña nacida para ser vista por sus encantos y que tenía enloquecidos a todos los hombres del lugar. Belleza, sal, alegría, gracia guarani, cuentan emanaban de toda su persona como un perfume embriagador. Así también poseía un corazón durísimo, y era despreciativa y codiciosa. Se vanagloriaba de no haber amado nunca hombre alguno y su mayor deleite consistía en martirizar a sus amadores.

Pongámosla, sí, en su gloria, sentada en su banco predilecto, aureolada la frente con tres rosas de pasionaria, o una guirnalda de las rosas flores del lapacho, más engalanada que el cadáver de un recién nacido, mostrándose tentadora a todo aquel que pasara por su vera; y si llegaba a distinguir a alguno de sus tantos admiradores, un cosquilleo cruel le hacía romper en hirientes carcajadas, desde el fondo de su alma y en las mismas barbas del desdeñado.

Ñati’ú también llegó en son de amor hasta la desdeñosa hija del cacique Tamococo, echando mano de todos los recursos y tocando todos los resortes para hacerse amar por Mbarigüí… y ella le respondía, como siempre, con su risa más cruel y mas burlona, de modo a zaherirlo en lo más hondo y vivo.

Cierta tarde, a la hora doliente del crepúsculo, Ñati’ú resolvió arriesgar su última esperanza; y humillándose a los pies de Mbarigüí, pidióle le dijera, por la primera y la postrera vez -¡por última vez!- si haciendo qué conquistaría su amor. Y ella (tan perversa y coqueta siempre) le respondió de inmediato y al pie de sus palabras: que probablemente cometería el pecado de quererlo si le traía de obsequio los pendientes de su padre, la esposa del cacique Caracha. Tal declaración fue un golpe mortal para Ñati’ú, que, sin contestar una palabra, cabizbajo y ebrio de dolor, se alejó de su amada, cuyo pedido inverosímil le dejó espantado.

(…Allá en poniente el sol agonizaba en su lecho sangriento y divino; y acá, en el pecho de Ñati’ú, algo también moría de una humana y sangrienta puñada…)

Directamente se encaminó al encuentro de la muerte, llegando a orillas del río Paraguay …Y en el preciso momento en que se disponía a dar el salto mortal, allí donde más bravos eran los remansos, oyó un apagado “ ¡eh chiiissss!” que le decían. No era otro que suindá (el mochuelo), el agorero pájaro nocturno.

Ñati’ú se quedó aterrado, y creyendo que aquello era un aviso del cielo, exclamó arrepentido. “Sea tu voluntad, ¡oh dios! Ya no pienso arrancarme la vida, lo que, según he oído decir, constituye un gran pecado”. Y pasándose la mano pro la abrazada frente, dejó que su corazón deshinchara en abundantes lágrimas…Luego secóse los ojos y se encaminó de nuevo a su hogar, a la toldería del cacique Caracha.

Ya era bien entrada la noche, y una fina llovizna lloraba sutilísimamente sobre todas las cosas.

Ñati’ú entró en su cuarto y rascó la yesca, y, al esconder la vela de cera, le deslumbró el par de pendientes que ostentaba su madre en las orejas. Vio asimismo que su padre y todos sus hermanos dormían profundamente.

Entonces, respondiendo a un irresistible impulso diabólico, apagó la luz, se acercó lenta y silenciosamente a la cabecera de su madre, tomó cada pendiente en una mano y, en un abrir y cerrar de ojos, arrancó violentamente los pendientes. Y, rápido como el relámpago, salió volando y tomó la senda que llevaba a la casa de la codiciada y codiciosa Mbarigüí.

De un salto su madre levantóse, y se llevó las manos a sus orejas doloridas, encontrando solo la sangre tibia que corría…Conoció al ladrón en fuga, y rompió a llorar en silencio y sin sosiego, no pudiendo conciliar más el sueño en toda aquella terrible noche, ante el recuerdo punzador de aquel hijo tan bien amado que así con ella se portaba.

Se arrodilló la pobre madre, juntó las manos en actitud de orar, y mientras sin cesar corrían las lágrimas a lo largo de sus mejillas, rezó a Dios, poniendo en sus manos justas su resentimiento sin consuelo.

Y Dios escuchó sus preces y recogió sus lágrimas. Y desde entonces anda errante por el mundo Ñati’ú, rabioso animal del diablo, hijo mayor del cacique Caracha, que llora eternamente para purgar las lágrimas todas de su madre, vertidas por su causa.

A eso del oscurecer, y sobre todo cuando el tiempo es malo, como cuando se perpetró el robo sacrílego, Ñati’ú está bravo como nunca, y en tus oídos, lector, te ha de estar retando, como si en realidad anduviera en busca de los pendientes de su madre.

A Mbarigüí y Ñati’ú les alcanzó la maldición de la esposa del cacique Caracha. Por eso, a toda su generación maldita se la saluda solo con un manotón hostil, adonde quiera vaya a mendigar una gota de sangre para su alimento…”

Narciso R. Colmán alias Rosicrán (1876-1954) es el primer poeta guaraní que publicó un libro: Ocára poty (1917).

Facundo Recalde alias FaRe (1896-1969), fue poeta y periodista. Fundador del semanario Guaraní 1928-1930, ilustrado por Sorazábal, y con colaboraciones de Emiliano y de Julio Correa, descubierto y apadrinado por él, que usó el portuñol por primera vez en la sección Dialoguitos callejeros.

Paranaländer transcribe leyenda guaraní de El mosquito de Rosicrán traducido al castellano por FaRe, aparecido en revista Yvypyté, Año 1, n° 1, Mayo de 1960, ejemplar 20 guaraníes.

Por: Paranaländer “Leyenda guaraní del conocido vate: Narciso R. Colmán (Rosicrán) El Mosquito Traducido del guaraní por Facundo Recalde (FaRe)


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