La extraordinaria adaptación a todos los ambientes y el respeto de la gente hizo que triunfara en la encuesta que, en 1927, lo designaría como el “Pájaro Nacional Argentino”.
Se encuentra en casi todo el territorio nacional. Hace su nido de barro en los postes de alambrados, de tendido eléctrico y cualquier saliente propicia. Mide unos 20 cm, es de color pardo y tiene el vientre un poco más claro. La hembra es un poco más pequeña. Es muy sociable y habita tanto en el campo como en zonas pobladas.
El hornero apareció en la moneda argentina de medio centavo de austral, acuñada en 1985, y en el billete de mil pesos, a partir de 2017.
¿Y la suerte?
En una página de Facebook rescataron que según la sabiduría popular, la conducta del hornero acarrea un bagaje de buenos augurios.
Por ejemplo, que si en la casa anida un hornero se considera de buena suerte ya que hacen sus nidos con barro y le dan la forma de un horno de pan y esto es considerado de “suerte” ya que significa que en esa casa nunca le faltará el pan.
También es bueno que anide cerca de los caseríos porque señala un año de óptimas cosechas.
Cuando el hornero canta sobre el techo anuncia tiempos de bonanza para los que viven en la casa.
Si el hornero canta con energía durante un temporal significa que la lluvia pronto va a parar.
Además, si hace su nido en el techo de una vivienda significa que la felicidad acunará a sus habitantes, pues, como dice el refrán: “En casa con nido de hornero no caen rayos“.
El hornero mantiene su pareja toda la vida, cantan a dúo y juntos construyen su nido.
Pero cuidado!
Dicen los más viejos que romper o sacar el nido de un hornero atrae la mala suerte, al menos hasta que otro hornero decida construir nuevamente una casita de barro en ese lugar.
Según una antigua creencia el hornero no trabaja los domingos y al parecer está comprobado.
Y como dice el poema de Leopoldo Lugones:
Allá, si el barro está blando,
canta su gozo sincero.
Yo quisiera ser hornero
y hacer mí choza cantando.
LECTURA ALUSIVA
Poesía "El Hornero" de Leopoldo Lugones
La casita del hornero
tiene alcoba y tiene sala.
En la alcoba la hembra instala
justamente el nido entero.
En la sala, muy orondo,
el padre guarda la puerta,
con su camisa entreabierta
sobre su buche redondo.
Lleva siempre un poco viejo
su traje aseado y sencillo,
que, con tanto hacer ladrillo,
se la habrá puesto bermejo.
Elige como un artista
el gajo de un sauce añoso,
o en el poste rumoroso
se vuelve telegrafista.
Allá, si el barro está blando,
canta su gozo sincero.
Yo quisiera ser hornero
y hacer mi choza cantando.
Así le sale bien todo,
y así, en su honrado desvelo,
trabaja mirando al cielo
en el agua de su lodo.
Por fuera la construcción,
como una cabeza crece,
mientras, por dentro, parece
un tosco y buen corazón.
Pues como su casa es centro
de todo amor y destreza,
la saca de su cabeza
y el corazón pone adentro.
La trabaja en paja y barro,
lindamente la trabaja,
que en el barro y en la paja
es arquitecto bizarro.
La casita del hornero
tiene sala y tiene alcoba,
y aunque en ella no hay escoba,
limpia está con todo esmero.
Concluyó el hornero el horno,
y con el último toque,
le deja áspero el revoque
contra el frío y el bochorno.
Ya explora al vuelo el circuito,
ya, cobre la tierra lisa,
con tal fuerza y garbo pisa,
que parece un martillito.
La choza se orea, en tanto,
esperando a su señora,
que elegante y avizora,
llena su humildad de encanto.
Y cuando acaba, jovial,
de arreglarla a su deseo,
le pone con un gorjeo
su vajilla de cristal.
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